El Novelón

Músico “Pato” Barraza: “Durante media hora sentí la muerte”

El 2 de setiembre de 1999 fue una pesadilla para el roquero nacional

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La madrugada del 2 de setiembre de 1999 será inolvidable para el cantante, compositor, arreglista y productor musical Patricio Barraza.

Aquel día lo asaltaron, lo privaron de su libertad, lo amenazaron de muerte, estuvo involucrado en una persecución policial con disparos y, por una confusión de algunos oficiales, lo echaron descalzo y sin camisa a una perrera.

Patricio Marco Barraza Palominos, popularmente conocido en el país como Pato Barraza, fue asaltado, lo privaron de su libertad, lo amenazaron de muerte, estuvo involucrado en una persecución policial con disparos y, por una confusión policial, lo echaron descalzo y sin camisa en una perrera, el 2 de setiembre de 1999. La foto se la tomaron en octubre del 99 tras un accidente de tránsito.

Después de 21 años de ocurrido aquel episodio buscamos al que fue líder de la banda de rock Inconsciente Colectivo desde 1989, cuando se formó en Tres Ríos, hasta el 2004, cuando el trío (que completaban el bajista Eduardo Carmona y el baterista Rafa Ugarte) decidió separarse.

Patricio Marco Barraza Palominos, popularmente conocido en el país como Pato Barraza, fue asaltado, lo privaron de su libertad, lo amenazaron de muerte, estuvo involucrado en una persecución policial con disparos y, por una confusión policial, lo echaron descalzo y sin camisa en una perrera, el 2 de setiembre de 1999. La foto se la tomaron en octubre del 99 tras un accidente de tránsito.

Pato, como le dicen, accedió a desempolvar los amargos 30 minutos que vivió.

A retazos recordó todo el capítulo para reconstruir aquel tiempo de terror. “Durante esa media hora sentí la muerte”, reconoció mientras agregaba que los delincuentes siempre se mantuvieron apuntándole con una pistola.

El asalto

Durante gran parte del primer día de setiembre de aquel 1999, Pato estuvo en Escazú, en la casa del músico Fidel Gamboa (voz principal del grupo Malpaís hasta su muerte el 28 de agosto del 2011).

Fidel le estaba ayudando con los arreglos acústicos de una producción musical que ya tenía a punto de caramelo. La reunión se fue alargando hasta que los dos se dieron cuenta de que ya era 2 de setiembre. El tiempo se había ido volando.

“A eso de la una de la mañana le dije a Fidel que ya tenía que irme, que mejor la seguíamos después. Era en San Rafael de Escazú. Me despedí y me fui a pie hasta la McDonald’s de Trejos Montealegre y al llegar ahí para esperar un taxi, casi que al instante, un sujeto se bajó de un carro y me puso una pistola en el cuello y me dijo que me montara en el asiento de atrás”.

Quien no ha pasado por algo así desconoce el terror que invade a la persona afectada.

“Me impresionó el frío de la pistola en mi cuello, también la forma tan natural con que el sujeto me encañonó. No tuve tiempo de pensar en nada, simplemente le hice caso porque entendí desde el primer momento que no podía cometer un solo error”.

La privación de libertad

Otra fea sorpresa que se llevó el músico fue que en el asiento de atrás del carro al que lo subieron iban tres hombres más y le tocó hacer lo mejor posible para acostarse boca abajo a lo largo de las piernas de ellos.

Desde el momento en que entró al carro, éste comenzó a rodar. No fue un asalto en un punto, se convirtió en privación de libertad.

"Inmediatamente que me acosté, dos comenzaron a darme golpes por todos lados: la cara, las costillas, en fin, me dieron duro, bien duro. En ese momento no sentí nada, creo que la adrenalina no me dejó sentir. El tercero de los que iba atrás se encargó de quitarme el maletín que llevaba, la billetera como con cinco mil colones, las tenis y la camisa.

“El que me metió al carro a punta de pistola era el copiloto, por eso estaba en una posición cómoda adelante, apuntándome siempre con el arma en el pecho o a la panza. Me pasaba diciendo que tranquilo, que no hiciera nada tonto porque me disparaba”.

Los otros le seguían dando.

“Creo que no sentí los golpes porque estaba muy concentrado en una cosa, que era hacer hasta lo imposible para que no me pegaran un balazo. Yo sentía en mi cuerpo el frío de la pistola y solo me interesaba hacerles saber que no iba a cometer errores para que ellos tampoco los cometieran”, recordó.

A los pocos minutos de haberlo metido en el carro, los maleantes comenzaron a gritarse entre ellos y a ponerse muy nerviosos, sobre todo los que iban atrás. El de la pistola estaba algo más tranquilo, pero conforme subió la tensión se estresaba y también gritaba.

“Recuerdo que yo les decía que se estuvieran tranquilos, o sea, yo, el asaltado que estaba boca abajo, los trataba de calmar; les decía que no se pusieran nerviosos, que ya me estaban asaltando y que no iba a pasar nada extraño".

El temor lógico de Pato era que se les soltara un disparo porque el ambiente se iba poniendo más pesado conforme avanzaba el tiempo. "Les decía que me tiraran en cualquier lado, que yo veía cómo me las arreglaba, que ya tenían todo lo de valor”, comentó.

Los maleantes nunca le hicieron caso.

La persecución policial

De lo que nunca se dieron cuenta los maleantes fue que detrás de ellos, al frente de la McDonald’s de Trejos Montealegre estaba estacionado un taxi con las luces apagadas.

El taxista que estaba adentro lo vio todo y se encargó de avisarles a las autoridades, además encendió su taxi y trató de darles cacería mientras iba dando su ubicación.

“No había pasado mucho tiempo y los sujetos se dieron cuenta de que los venía siguiendo la policía, entonces el asunto se puso peor. Los tres de atrás, que eran muy jóvenes, unos carajillos podría decirse, se llenaron más de nervios y pusieron más nervioso al de la pistola y yo me puse peor, ahí sí creí que me iban a dar un balazo”, detalla el músico.

“Los nervios provocaron que aceleraran para tratar de evadir a la policía, algo que les fue imposible porque ya estaban haciendo varios cierres de carretera. Yo iba atrás desesperado por no saber cómo iba a terminar todo”, añade.

Si Pato pensó que el asunto no se podía complicar más estaba equivocado.

Al copiloto, el de la pistola y las amenazas, se le ocurrió una “gran idea”.

“Sacó medio cuerpo por la ventana y comenzó a dispararles a las patrullas y la policía respondió con disparos; ahí sí que yo dije ‘o me pegan un disparo estos o una bala perdida de la policía me pega a mí’. Fueron instantes por encima del estrés. Por dicha el conductor del carro en el cual yo iba perdió el control y derrapó feo, se le apagó el motor y en eso nos rodearon las patrullas”.

A la perrera

En la mente de Barraza todo estaba pura vida.

“En el momento en que la policía nos rodea y nos tira al suelo ya yo me sentí diferente, no importaba tanto lo que seguía”, dice.

Pero sí importaba porque iba a ser testigo de la audacia con la que actúan los delincuentes.

Cuando los maleantes se vieron rodeados por las patrullas y por oficiales que les apuntaban, el copiloto, que era el cabecilla del grupo y quien le había apuntado al músico durante todo el camino, se jugó la última carta.

“¡Usted va a creer que levantó las manos, se fue hacia los policías y les agradeció que lo habían salvado del asalto!; entonces la policía lo puso bien seguro y lejos para protegerlo de los ladrones. Para la policía yo era uno de esos ladrones porque al inocente ya lo tenían salvado”.

La escena parece salida de una comedia, pero era algo grave y muy serio.

Pato estaba como en shock, no podía ni hablar, entonces los oficiales lo sacaron del carro empujado, lo esposaron y lo montaron a la perrera con los otros cuatro ladrones: los tres de atrás y el chofer.

"Recuerdo que dentro de la perrera me decían que si decía algo, que si abría la boca me iba feo. No me golpearon ni nada, pero igual yo no podía ni hablar.

“Yo no terminé en una comisaría gracias al taxista que vio todo, fue él quien le dijo a la policía que estaban cometiendo un gran error, que el asaltante era el que tenían bien protegido y el asaltado era el que habían echado a la perrera descalzo y sin camisa”.

Ese taxista viene siendo como el ángel de Pato en esta historia. Sin él quizás todo habría sido muy diferente.

“Los policías me pidieron perdón por haberme metido en la perrera y todo se arregló. Yo solo estaba feliz, comencé a relajarme y entonces sí, al irse la adrenalina, comencé a sentir todos y cada uno de los golpes, algo que no me importó porque yo me decía ‘para sentir tanto dolor es porque estoy vivo’”.

“Ese setiembre jamás lo olvidaré, doce días después del asalto me atropelló un carro frente al Jazz Café de San Pedro (de Montes de Oca= y estuve seis meses en cama, tres en silla de ruedas, tres con muletas y como cuatro meses usando bastón porque tuve tres operaciones al sufrir quebraduras de clavícula, del fémur en tres partes y se me reventaron los ligamentos de la rodilla izquierda”.

Lo bueno es que Pato vive para contarlo.

Eduardo Vega

Periodista desde 1994. Bachiller en Análisis de Sistemas de la Universidad Federada y egresado del posgrado en Comunicación de la UCR. Periodista del Año de La Teja en el 2017. Cubrió la Copa del Mundo Sub-20 de la FIFA en el 2001 en Argentina; la Copa del Mundo Mayor de la FIFA del 2010 en Sudáfrica; Copa de Oro en el 2007.

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