Durante las etapas más desgarradoras de la pandemia del covid-19 surgieron, por todo lado y de forma sumamente irresponsable y peligrosa, los bares ilegales.
Los lamentables recuerdos de esas violaciones a la ley volvieron a mi cabeza el pasado martes 20 de setiembre durante el partido entre florenses y porteños en Guadalupe, en el estadio Colleya Fonseca.
Esa triste noche surgió otro VAR ilegal y también muy dañino. Pocos minutos después del empate a un gol conseguido para los puntarenenses por Jurguens Montenegro, al 59′, el jugador herediano Aarón Salazar anotó, en clara posición prohibida, lo que sería el 2 a 1.
El árbitro central Adrián Chinchilla dio como válido el gol, señaló bola al centro, simultáneamente el línea Fabián Baltonado corría soplado hacia el centro, respaldando la decisión. Lo peor vino seguidamente cuando el mismo Baltonado llamó a Chinchilla y anularon el gol.
Fue como si alguien que vio la jugada por tele les dio un jalón de orejas por la nueva metida de patas. Recordemos que poco antes, Jurguen Montenegro había sido expulsado injustamente por la forma en que celebró el gol, la cual únicamente ofendió la delicada epidermis del árbitro Adrián Chinchilla.
Aquí es donde la chancha tuerce el rabo. ¿Y Rándall Poveda? El exárbitro, que como analista usó de plataforma la televisión para brincar a la presidencia de la cuestionada comisión, hoy les tiene pánico a las que eran sus aliadas, las cámaras, y opta por esconderse, por no dar la cara, cuando los estragos al fútbol se acrecientan cada jornada.
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Desde julio del 2021 cuando llegó al puesto, Poveda es pura carne molida, solo para tortas sirve. El momento es apropiado para recordarle la famosa frase de la excelente diputada doña Niní Chinchilla (QDG): “No es lo mismo verla venir que tenerla...”.
Tenga dignidad y sáquese la tarjeta roja.