Por las calles de La Uruca todavía ruge un clásico que ha visto pasar generaciones. Es un Chevrolet Malibú Classic, modelo 1979, una belleza americana, que Gerardo Coto guarda como un verdadero tesoro.
Este carrito perteneció a su abuelo, quien fue la figura paterna de Gerardo y con quien compartió decenas de momentos, por eso, este Chevrolet es más que un carro, es un pedazo vivo de su hermosa historia familiar.
“Ese auto era de mi abuelo materno, don Luis Vargas Víquez. Desde que tenía 12 años me montaba en él.
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“Era el carro para salir en familia, cabíamos seis personas cómodas porque tenía sillones completos, tres adelante y tres atrás. Mi abuelo lo chineaba y no se lo prestaba a cualquiera”, recordó Gerardo, con una mezcla de sonrisa y melancolía.
Protector
Antes de que el Malibú llegara a la familia de Gerardo, sirvió por unos años para proteger a los costarricenses.
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Su mamá, doña Guiselle, le contaba que este carro era usado por la Policía. La familia de Coto, quien es médico, vivía en Alajuela y esta nave corría las calles de la Ciudad de los Mangos, como patrulla y por eso, este Chevrolet tiene un detalle con el que cuentan pocos automóviles: las ventanas traseras están selladas, como las que tenían los autos policiales de la época.
El carro tiene unos 30 años de estar en la familia y se conserva lo más original posible: según Gerardo, su motor, la tapicería están tal cual lo tenía don Luis. El carro es gris con azul, tiene cuatro puertas; su motor es grande, de 3.200 centímetros cúbicos y su tapicería es beige.
El dash está un poquito quebrado, resiente el paso del tiempo y muestra las cicatrices del sol, pero para él, eso es parte de la historia. Incluso compró otro Malibú igual por ¢350 mil colones, solo para tener piezas de repuesto.
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Decenas de recuerdos
Gerardo recuerda que con su abuelo compartió decenas de momentos en este carro.
Con él eran frecuentes los paseos a Santa Bárbara o San Joaquín de Heredia, en donde tienen familia y recuerda que también lo llevaban a la playa en Puntarenas. Cuando don Luis falleció, el carro quedó guardado en un lote, por año y medio, hace unos 13 años.
En ese momento, Gerardo se puso las pilas para quedarse con el vehículo y darle todo el cariño posible.
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“Convencí a la familia para que me dejaran restaurarlo. Fui a traerlo en una grúa, pero antes de cargarlo el mecánico me dijo que probáramos algo: le pusimos batería y gasolina… y arrancó de una vez. Hasta las llantas estaban infladas. Ese día sentí que mi abuelo estaba ahí conmigo”, cuenta Gerardo.
Por su trabajo al cuidado de pacientes, Gerardo tiene poco tiempo, pero de vez en cuando lleva a esta joyita a una reunión o una exhibición. Y tiene otro auto para uso diario, por lo que el Chevrolet lo usa de vez en cuando.
“Tener un auto clásico es un lujo caro, este auto posee un motor grande y gasta mucha gasolina, pero me gusta encenderlo y darle una vuelta. El conducirlo no tiene precio. No hay plata que pague lo que significa para mí, porque representa a mi abuelo, que fue mi figura paterna. Cuando estoy dentro de él, siento que vuelvo a mi infancia”, dijo.
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Para este doctor, otra de las cosas que más lo llena es conducirlo y ver las miradas de decenas de personas que le echan piropos a esta belleza americana.
“Hay gente que me dice ‘yo tuve uno igual’ o qué lindo carro y así, entre otras cosas cuando lo conduzco. Me siento feliz de tener un tesoro como este”, expresó.