La semifinal de la Champions League que jugaron Inter y Barcelona quedará en las páginas doradas de las competición como unas de las mejores de la toda la historia.
Ganaba uno, empataba el otro. Se iba arriba aquel, respondía el otro, en una guerra de goles celestiales.
La cancha fue como un cielo, un cielo verde donde los ángeles del Inter ganaron un partido interminable, 4-3, después de un 3-3 épico en la ida, para ir a la final. Escrito está, en la memoria queda. Qué partido. Qué serie.
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Los dos equipos pasaron por todos los estados de ánimo en el juego de vuelta en Milán, los dos vieron de cerca el terror y el paraíso, los dos se derrumbaron y se levantaron, los dos desplegaron su mejor fútbol, dos estrategias que chocaron y sacaron chispas.
Cuando el Barcelona remontó y se puso 2-3 arriba con gol de Raphinha, parecía que la obra estaba hecha, que su juego se imponía. Quién sabe cuántos pensaron que el Inter, con sus últimos arrestos, iba a tener fuerza para empatar el partido 3-3 y la serie 6-6. Una locura.
El gol estuvo de traicionero en esta serie semifinal. Coqueteaba con los dos equipos y a los dos los enamoraba al mismo tiempo: el don Juan del gol iba y venía en cada arco, para festejo de unos y desgracia de otros.
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¡Qué disfrute de fútbol! Inter fue mucho mejor en el arranque, como para atraer la gloria, y se puso arriba 2-0 con un gol de Lautaro Martínez y y otro de penalti de Çalhanoğlu.
Nadie se daba por vencedor, porque en frente estaba el Barcelona, un león dormido que cuando despertó en el segundo tiempo puso a temblar a sus rivales.
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Eric García y Dani Olmo se encargaron de igualar el partido y la serie. En la tribuna los hinchas se cogieron la cabeza con angustia, como para anunciar que la fatalidad asomaba, los fanáticos del Inter coincidían con terror en que ese Barcelona jugaba mucho.
Qué hermosura
En este partido de emociones infinitas se fueron al tiempo complementario. Dos torturas para los músculos, pero dos bendiciones para los fanáticos. Quedaba más fútbol de un partido que lo daba todo.
Fue cuando Inter lanzó su ataque definitivo, Frattesi fue el que pateó al minuto 99 y la pelota, cansada ya de tanto entrar y salir de la red, se quedó a dormir definitivamente en el arco del Barcelona, 4-3, y el estadio tembló.
En este partido nadie podía parpadear, nadie podía descuidarse porque se perdía un gol. Nadie podía asegurar que el Inter ya era finalista porque quedaban minutos, segundos...
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Cuando Yamal lanzó ese misil al 114 y otro al 116 y el arquero Sommer puso sus guantes de acero, el estadio quedó mudo y quieto. Así que tocaba esperar hasta el final de los finales.
El pitazo definitivo fue música para esa afición del Inter que no podía creer lo que sus ojos veían, que rozaron el infierno y salieron de él volando y que sus jugadores, héroes de azul y negro, levantaban sus alas para certificar la sufrida victoria y el paso a la final de la Champions League, en una serie que no se olvidará de la memoria de los testigos. Por si acaso, aquí queda escrita.