Al limonense Rodolfo Enrique Bryan Calweel, de 37 años, lo dieron por muerto, pero en realidad solo andaba trabajando.
Su familia se enteró de la supuesta fatalidad al ver un avance informativo por televisión, en el que dieron su nombre y en el que señalaban que se trataba de un vecino de Limón. Por eso no les quedaban dudas, su pariente había fallecido en un ataque ocurrido el domingo 3 de setiembre del 2006, en el parqueo del aeropuerto Juan Santamaría, en Alajuela.
Sus parientes hasta lo lloraron y se llenaron de fortaleza para buscar los medios económicos y de transporte para coordinar la identificación y el retiro de su cadáver en el Complejo de Ciencias Forenses, en San Joaquín de Flores, en Heredia.
Incluso, los allegados comenzaron a reunirse en la casa de una hermana de Rodolfo y el ambiente era de tensión y dolor, ninguno encontraba la explicación del por qué lo mataron.
Además, el papá de una sobrina del “muerto”, quien trabaja como corresponsal en un medio informativo, les dijo que sí parecía que la víctima era de Limón, lo que les seguía confirmando que era su ser querido.
Sin embargo, durante la tarde-noche de ese domingo, la familia Bryan Calweel vivió un episodio parecido a los de la Biblia, como cuando Santo Tomás dudó que Jesús había resucitado, pues Rodolfo tocó la puerta de la casa de su hermana. ¡Estaba vivo y muy cansado por su jornada de trabajo!
“Ni sabía qué era lo que había pasado, ese día yo me levanté y normalmente me fui a trabajar, de hecho, ya ese domingo en la tarde me dije: ‘Bueno, voy a ir a ver a mi hermana’, porque de vez en cuando voy donde ella. Cuando llegué estaban en shock y llorando, pensaba que algo había pasado con mi hermano, solo preguntaba: ¿Qué fue lo que pasó?’”.
“Mi sobrina se me acercó, me abrazó y me decía: ‘Salió en las noticias que a usted lo habían matado y, diay, todos estamos pendientes de eso’. Les dije que yo no estaba enterado de ninguna noticia. Si yo no hubiera llegado a donde ellos, no me doy cuenta qué estaba pasando con mis familiares, ahí pasamos el momento”, recordó Rodolfo.
Al día siguiente, varios periódicos también reseñaron que el fallecido se trataba de un limonense, aunque no dieron el nombre. Otros, como La Nación, sí señalaron que en un principio creyeron que era un costarricense, porque en el sitio había una cédula de un limonense que pensaban que era la víctima, pero que luego se supo que no era él.
“Hasta los conocidos me decían: ‘Usted es un muchacho tranquilo, pensábamos en qué andaba metido’, fue una sorpresa para todos”, recuerda.
Cédula fue la culpable
La tremenda confusión ocurrió porque Bryan había perdido su cédula un mes y medio antes de ese crimen, cree que fue entre julio y agosto del 2006 que se le extravió.
“No recuerdo cómo se me perdió y tampoco me preocupé por reportarla como perdida, no sé cómo llegó a manos de la verdadera víctima, diay, lamentablemente pasó esa situación”, comentó.
Desde entonces cuida más sus pertenencias y prefiere denunciar si se le llega a perder algún documento de identidad, para evitar verse envuelto en algún problema o que lo vuelvan a involucrar con un hecho así.
Recuerda que visitó el Organismo de Investigación judicial y todo quedó bien con su identidad. Además, los noticieros televisivos lo llamaron para pedirle disculpas por el grave error de decir su nombre.
Peligrosa banda quedó al descubierto
Finalmente, al fallecido lo identificaron como Dwhijht Oraldia, oriundo de Jamaica, a quien mataron cuando intentó salvar a una muchacha limonense, de apellido Isaac, quien a última hora renunció a servir de “mula” para llevar un cargamento de cocaína a Inglaterra y por el que le pagarían ¢13 millones.
A Rodolfo no le interesó saber quién había sido la verdadera víctima.
“No me interesó en lo más mínimo, no pregunté quién era”, confesó.
Las razones de la muerte del extranjero se conocieron hasta diciembre del 2007, cuando el caso llegó a juicio en el Tribunal Penal de Alajuela. La muchacha se arrepintió por miedo de que se le reventara un óvulo en el estómago y le causara la muerte.
En el debate trascendió que una parte de la banda se solidarizó con ella y decidió ir a recogerla al aeropuerto internacional Juan Santamaría, cuando el avión estaba por despejar. Oraldia y un acompañante, que sobrevivió al atentado, esperaban a la joven dentro de un carro, en este encontraron rastro de cocaína.
Pero el jefe de la banda, al enterarse de lo que sucedía, envió a dos subalternos, también jamaiquinos, con la intención de que matara a sus compañeros (Oraldia y el otro que se salvó), para así obligar a la joven a tomar el vuelo.
Las autoridades lograron detener a un jamaiquino, identificado como Emar Maylor Taylor, cuando caminaba nervioso por las cajas del estacionamiento, su cómplice huyó dejando un arma botada.
A Maylor le decomisaron el pasaporte de la mujer que pretendían enviar como mula al extranjero, además encontraron un cigarrillo que dio positivo con el ADN de él, que lo terminaba de ubicar cerca de donde ocurrió el tiroteo, además un testigo lo reconoció porque minutos antes le había preguntado por los sanitarios.
Los jueces de Alajuela lo condenaron a 12 años de cárcel por el homicidio de su compatriota.
La muchacha limonense escapó del aeropuerto, años después ella murió a sus 25 años, se desconocen las causas.
Inocente con grandes lecciones
El costarricense afirma que aunque él no conoció a la víctima ni a ninguno de la banda, esta situación sí provocó algo en él.
“De hecho, sí le afecta a uno un poco, no para mal, sino para bien, que uno valore la vida que es tan breve y a veces uno no la aprovecha por pensar en otras cosas que no convienen.
“En ese entonces mi esposa estaba embarazada, mi hija nació en febrero del año siguiente, en el 2007, en el momento sí me afectó bastante porque son cosas que uno no se espera”, comenta.
Menciona que su hija mayor tiene 15 años y la disfruta al máximo.
Además, le hizo ver el gran amor que le tiene su familia.
“Cuando uno trata de ser buena persona le guardan cariño, me pasó que los conocidos cuando me veían se me quedaban viendo raro (sorprendidos al verlo vivo), llegaban y me preguntaban qué era lo que había pasado, así poco a poco les fui aclarando”, mencionó.
Incluso, la tía con la que creció estaba viviendo largo, pero cuando se enteró de la supuesta muerte se llevó un balde de agua fría.
“Estaba llorando y me preguntaba qué había pasado, así volvimos a hablar con más frecuencia”, expresó.
Rodolfo trabaja para una universidad y tiene tres hijos, la mayor de 15 años y dos niños de 11 y 7 años, menciona que saben de la historia, pero el mayor impacto fue para los familiares de edad igual o mayor que la de él, quienes sufrieron semejante susto.