Doña Ana Cambronero González, de 53 años, perdió a su esposo y a sus tres hijos en el terremoto de Cinchona, ella cuenta que estaba lista para morir junto a ellos en esa tragedia, pero Dios le tenía preparado un plan muy diferente.
Parte de ese plan fue convertirse en una de las dirigentes comunales que impulsó la creación del pueblo de Nueva Cinchona, donde hoy vive junto a otras 90 familias que también fueron golpeadas por el terremoto, ocurrido el jueves 8 de enero del 2009.
Cambronero contó que por medio de un sueño ella terminó de comprender que Dios tenía un propósito muy especial para su vida y por eso no le permitió partir junto a su esposo, Francisco Zamora Valerio, de 46 años, y sus hijos Francela, de 18 años; Daniela, de 16 y Jeffrie, de 14 años.
“El 8 de setiembre de ese mismo año yo soñé con mi hijo menor, Jeffrie, y solo esto me dijo en el sueño: ‘mami, el día del terremoto yo lloré mucho, no por mí, porque yo soy un hombrecito, sino por usted, porque usted venía con nosotros y de un momento a otro ya no estaba, yo preguntaba por usted y nadie me daba razón’.
“Yo digo que esa fue una confirmación de Dios de que yo tenía algo más que hacer en este mundo. Yo le digo a Dios que las extras se pagan dobles y yo espero que mi paga sea doble”, dijo con una sonrisa llena de positivismo.
Viaje sin motivo
Doña Ana recuerda el jueves 8 de enero del 2009 como si hubiera sido ayer, ella se levantó a las 5 de la mañana para preparar las empanadas que vendían en el negocito familiar, la soda La Estrella, que estaba ubicada a la par de su casita.
La familia recién había cumplido un año de vivir en Cinchona, pues antes eran vecinos de San Rafael Arriba de Desamparados.
“A las siete de la mañana ya no tenía más que hacer que irme para la casa, pero en ese momento llegó un bus y decidí irme para San José, aunque no tenía nada que ir a hacer.
“Yo había quedado en un acuerdo con mi esposo que jueves o viernes yo me iba a tomar un día libre para mí”, recordó.
Cambronero contó que a ella le encantaba viajar a San José, pues aprovechaba para visitar a varias amigas que trabajan en tiendas y también para asistir a misa en la Catedral.
“Luego de hacer unos mandados fui a misa y desde ese momento empecé a tener un sentimiento extraño, algo que nunca había sentido antes, pero uno no le daba importancia a las cosas”, recordó.
Sin darle mucha cabeza a ese extraño sentimiento, doña Ana se fue a visitar a una amiga en San Rafael de Desamparados, y estando en ese lugar fue cuando ocurrió el terremoto.
“Al ratito que llegué se vino el temblor, pero después de eso almorzamos y todo, pero en mí crecía algo extraño, yo tenía miedo de algo, pero no sabía de qué. Vimos las noticias, pero yo nunca escuché que mencionaran a Cinchona para nada”.
Terrible noticia
Aún sin saber qué había ocurrido con su familia, Ana tomó el bus en San José de 4:30 de la tarde con rumbo a Puerto Viejo de Sarapiquí, pues por el socollón no había paso por Vara Blanca.
Cambronero recordó que luego de pasar el túnel Zurquí, el chofer, que era conocido de ella, recibió una llamada y desde ese momento se comportó muy extraño, incluso le dijo que él la iba a llevar hasta la casa de su hermana en Cariblanco de Sarapiquí de Alajuela.
Doña Ana llegó a la casa de su hermana, Vilma, a las 8:30 de la noche, pero ella no se encontraba ahí, solo estaban su sobrina y el papá de ella.
“Le dije a mi sobrina que llamáramos a mi otra hermana que vivía en Alajuela para ver si estaban bien. Apenas me contestó lo primero que hizo fue preguntarme dónde estaba y que si estaba sentada, cuando dijo eso yo ya sabía que me iba a decir algo malo.
“Le pregunté que qué sabía de mis papás, y me dijo, ‘ellos están bien, pero los suyos quedaron sepultados en la soda’. Cuando me dijo eso yo solo dije: ‘gracias Señor, pero agárrame fuerte, porque si me sueltas no voy a poder’”.
Doña Ana decidió no regresar a Cinchona, pues en ese lugar ya no le quedaba nada. Lo más difícil fue que tuvo que esperar más de una semana para poder darle el último adiós a su esposo y a sus tres hijos.
“Después del terremoto, a los ocho días, encontramos los cuerpos y se les dio sepultura gracias a las autoridades de Gobierno y a don Daniel Gallardo, presidente la Comisión Nacional de Emergencias, quien me había dicho que él no iba a salir de ahí sino era con mi familia y lo cumplió”, dijo la señora.
Regreso muy difícil
Doña Ana había tomado la decisión de nunca regresar a Cinchona, pero una vez más Dios le cambió los planes.
“En febrero empezamos a gestionar todo lo que hoy es Nueva Cinchona, cuando empezamos a ver qué íbamos a hacer con las autoridades un señor que trabajaba en el Ministerio de Vivienda me dijo, ‘doña Ana tenemos que ir a Cinchona’, yo le dije que no y me respondió que si no lo hacia no iban a poder iniciar el proyecto.
“Así estuvo él como retándome, pero al final me di cuenta que era una de esas personas que Dios puso en mi camino para que yo empezará a trabajar mi duelo y cerrara ciclos”.
Tres meses después de la tragedia doña Ana regresó al lugar donde una vez estuvo su hogar y su sodita, era irreconocible, pues lo único que encontró fue una montaña de tierra.
“La primera vez que llegué fue muy duro, fue impresionante, porque nos costó un montón llegar hasta donde estaba la soda, ya ni carretera había.
“Todos los que andaban conmigo se hicieron a un lado y me dejaron solita, fue un silencio completo, un respeto tan grande, yo pude llorar un rato y luego me limpié las lágrimas para continuar con el recorrido por toda la comunidad”, recordó.
Cambronero dijo que regresar a Cinchona fue una de las cosas más difíciles para ella, pero eso le permitió empezar a trabajar en su duelo, llegando a descubrir que ella estaba resentida con su esposo y sus hijos porque sentía que la habían dejado, pero asegura que poco a poco Dios empezó a tratar esa herida, que al día de hoy ya no le causa ningún dolor.
Nueva Cinchona
El deseo de no dejarse vencer por la adversidad fue lo que llevó a Cambronero a convertirse en una líder comunal, que hoy es recordada como una de las personas que más luchó por la creación de Nueva Cinchona.
Ella fue quien se comprometió con Marco Vargas, ministro de la Presidencia en aquel momento, a reunir a todos los afectados por el terremoto de Cinchona, para así demostrarle que ellos deseaban mantenerse juntos y fundar una nueva comunidad.
“El día de la reunión yo cité a toda la comunidad a las 8 de la mañana en una propiedad que era de la empresa El Ángel y él llegó a las 8:30 de la mañana, apenas entró y vio a toda esa gente me dijo que yo tenía ahí reunida el 99% de la comunidad, le pregunté si él iba a cumplir y me dijo que sí”, recordó esta valiente luchadora.
En mayo del 2011, la presidenta Laura Chinchilla hizo la entrega oficial del proyecto Nueva Cinchona, en Cariblanco de Sarapiquí, mientras que en octubre de ese año Cambronero recibió un reconocimiento por parte de la Defensoría de los Habitantes y las universidades públicas por los esfuerzos que hizo en esta causa.
“Hoy entiendo que para mí trabajar en pro de esta comunidad fue como una reconstrucción interna mía.
“Ese trabajo fue muy especial, fue parte de la misión que Dios tenía para mí, para eso me dejó, porque yo estaba lista para irme con mi familia, pero Dios en el último momento decidió que yo tenía que quedarme”.
Doña Ana trabajó por siete años como una líder comunal, hasta que decidió que era momento de cerrar ese ciclo y darle paso a otras personas.
Cosiendo la vida
Doña Ana dejó de lado la cocina y las labores comunales, actualmente se gana la vida haciendo una de las cosas que más disfruta: coser. Ella se dedica a hacer todo tipo de prendas, pero se especializa en hacer muñequitas personalizadas según los gustos del cliente.
Lo más curioso de todo es que en un principio esta actividad no le gustaba para nada, pero la fue aprendiendo de a poco por su hija Daniela.
“Era algo que nunca me había gustado, pero lo aprendí por mi segunda hija, porque ella era muy delgadita y la ropita nunca le quedaba, por eso me tocaba arreglársela.
“Gracias a Dios hoy vivo de eso, yo sé hacer desde un calzón hasta un vestido de novia, también muñecas, Dios me ha dado una gran habilidad y gracias a Él siempre he tenido trabajito, imagínese que en estos días de pandemia yo no he dejado de trabajar”, contó.
Además de convertirse en una profesión, el trabajo con el hilo y las telas es todo un tesoro para doña Ana, pues con esa labor mantiene muy vivo el recuerdo de Daniela.
Cambronero también forma parte de la congregación de los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad, a la cual se unió en el 2010 por esa pasión que siente de ayudar a los demás.
“Ahora estoy de lleno ahí, tenemos misiones en varios países y la más cercana ahorita es Honduras, la cual visito desde el 2016, voy por lo menos una o dos veces año a trabajar en la misión”, contó.
Siempre con ella
Al preguntarle a doña Ana qué es lo que más extraña de su familia su respuesta fue muy diferente a la de otras personas que también han perdido a un ser querido.
“Yo no los extraño, a unas personas les sonara feo, pero es porque nosotros tenemos una conexión espiritual demasiado grande.
“Para mí las noches son hermosas, sobre todo las de luna llena, le puedo decir que las noches las pasó con ellos, nuestras almas se juntan, tengo muchos sueños con ellos, pero al despertar se borran, pero hay ciertos sueños que sí se quedan porque son los que me ayudan a continuar”, respondió.
Además dijo que se siente muy agradecida con Dios, pues asegura que ha sido Él quien le permitió reponerse de un golpe tan fuerte.
“El duelo no es solo por perder un ser querido, hay duelo por perder el trabajo o la casa, y yo les digo a las personas que debemos de vivir hoy, solo hoy, con metas a futuro, pero viviendo el hoy, debemos disfrutar lo que tenemos, porque nos dicen que vendrán mejores tiempos, pero el mejor tiempo es hoy”, finalizó.