Como era lógico, en un hotel de nombre Playboy, sea cual sea el país donde estuviera, no podía estar completo sin las famosas conejitas y en Costa Rica no fue la excepción.
El restaurante principal contaba con 12 hermosas mujeres que todas las noche se ponían colita y orejitas.
Una de aquellas conejitas de principios y mediados de los ochenta, quien prefirió no ser identificada porque en aquellos años era soltera, sin esposo y sin hijos, nos contó los detalles íntimos de lo que era ser una conejita Playboy.
Lo primero que nos confirmó es que no era a cualquier muchacha joven a la que contrataban, tenía que entrar en el traje de conejita, así que se debía tener medidas cercanas al 90-60-90, además, ser muy bella, simpática y aceptar horarios rotativos y nocturnos.
Cuando pasaba la prueba del traje de conejita, se venía un curso de introducción para explicarle que el cliente siempre tiene la razón, que había tratarlo superamablemente, pero que era prohibido que hicieran algún tipo de amistad con ellos.
Nuestra conejita llegó con 20 años, se sintió más que dichosa porque fue una de las doce que seleccionaron para ponerse el traje. No había más, si despedían a una o se iba, contrataban a otra, pero era puesto por puesto, nunca hubo trece, solo doce.
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“La gerencia nos tenía con vigilancia las 24 horas, incluso nos llegaban a recoger y a dejar a la casa en busetas para garantizarse que tuviésemos una vida seria y responsable. Si a una de nosotras la veían recibiendo una tarjeta de presentación de un cliente, también la despedían”, explicó la exconejita.
Esta animadora del Playboy recordó haber visto figuras como Chayanne (estando jovencillo), Julio Iglesias, el mismo Ricky Martin con el grupo Menudo y hasta el dúo argentino Pimpinela.
“Era lógico que los artistas llegaran, era el hotel de moda en toda Centroamérica”, dijo.
De lunes a jueves usaban el traje de pingüinitas, que era con cola atrás que tapaba las nalgas y con sombrero, pero los viernes sábados y domingo no podía faltarles el uniforme de conejitas, con rabito y orejas.
“Le puedo confirmar que a principios de los ochenta yo como conejita ganaba más que un médico cirujano, por mes podía terminar con un salario cercano a los tres mil dólares… es que los clientes dejaban muy buena propina; eran clientes de la alta sociedad y para ellos no era nada dejar propinas de hasta cien dólares”, reconoció la conejita.
Trabajaban por turnos y en diferentes partes del hotel, restaurante principal, los diferntes bares que tuvo y en las fiestas privadas que daban los papudos que llegaban, a los que no les importaba pagar miles de colones por una botella de champaña.
“Como esto es anónimo le puedo confirmar que no éramos putas, ya pasaron muchos años y en el anonimato que usted me garantiza no tendría problema en aceptarlo, eramos muchachas jóvenes, guapas, alegres y muy serviciales, que ganaban un montón de plata, pero no por acostarnos con los clientes, sino por hacer bien nuestro trabajo”, concluyó, pero no sin antes confirmarnos que jamás vino al país Hugh Hefner, fundador del imperio Playboy.
“Siempre decían que el otro mes venía, que nos alistáramos, pero jamás vino a Costa Rica”, afirmó.