Un matrimonio brumoso, que la estaba viendo horrible con la platica por la pandemia, encuevó todas sus deudas con una gran idea.
Doña Julia Godínez Guzmán y su esposo José Monge Corella viven en la puritica entrada de Santa Clara, en Tobosi de El Guarco de Cartago y en un espaldón que está entre su propiedad y la calle principal del pueblo, construyeron una cueva, de aproximadamente 1.80 de alto y 2 metros de ancho, donde venden distintos productos.
La Cuevita, como le pusieron, fue construida en octubre del año pasado por don Beltrán, un vecino de ellos, quien se las hizo en tres días a punta de pico y pala.
Todo iba bien
Hace 17 años doña Julia y don José compraron el pequeño terrenito en el que viven actualmente. Ellos, con la ayuda de vecinos y amigos, construyeron su casita como la mayoría de los hogares del humilde campo: sin planos, sin ingenieros y a puro corazón.
Con mucha ilusión y orgullo siembran todo lo que necesitan para los productos que venden, como por ejemplo jaleas y pancitos. Todo lo hacen de forma artesanal y sin ningún tipo de químico.
Hasta febrero del año pasado todo iba bien, hacían sus productos y don José se venía para Chepe, ahí por Sabana Norte y Oeste a pulsearla con las ventas ya que por ahí hay muchas oficinas.
Lo que vendían daba para pagar cuentas, el arrocito y frijoles de la semana y hasta para un “bistequito” los fines de semana.
Llegó la pandemia y todo cambió por completo. Con todo cerrado y sin poder salir a vender, en pocos días se acabaron los cincos ahorrados, por lo que el agua comenzó a subir rápido y pronto les llegó al cuello.
“Conforme se pudo ir saliendo en verdad lo intentamos con ventas en San José, pero ya no fue lo mismo. Los que iban a trabajar nos decían que sus jefes les advirtieron de no comprar nada en la calle, muchas oficinas de la zona aplicaron en teletrabajo y otras cerraron.
“Mi esposo salía con lo que hacíamos y después de todo el día volvía sin vender nada. Era como junio del año pasado y no había ingresos, nadie nos compraba nada, fueron días demasiado duros”, explica doña Julia.
Ni gasolina, ni gas
Este matrimonio no tiene luz porque como no tiene planos de la casa, ni eléctricos, la Junta Administrativa del Servicio Eléctrico de Cartago (Jasec) no les pone el servicio ya que para poderlo tener deben invertir como un millón de colones en planos, algo imposible de ahorrar.
La luz se las da una pequeña planta de gasolina, cocinan con gas y el agua la van a recoger con baldes y pichingas a un lugar no tan cercano.
Cuando pueden pagan seis mil colones para que les lleven 200 litros de agua, que les duran como 18 días, si solo usan 11 litros diarios.
Para bañarse y hacer la limpieza de la casa agarran agua llovida, que recogen con pichingas, palanganas, ollas y todo lo que sirva.
“Sin gasolina, sin gas y casi sin comida comenzó la desesperación y fue en esa situación que nos llegó la idea. Son cosas que suceden cuando uno tiene el agua hasta el cuello y uno entiende que si no hace algo, se ahoga.
“Ya yo sacaba mi mesita con algunos productos, pero se nos ocurrió hacer una cueva como para tener un lugar diferente y con un atractivo”, explica la pulseadora.
Artesanal, pero barato
Una vez que don Beltrán terminó la cueva, doña Julia comenzó a sacarle el jugo al título de técnica en agricultura orgánica, elaboración y procesamiento de frutas y hortalizas, que sacó en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA).
El matrimonio siembra col rizada (kale), repollo morado y verde, apio, tomillo, todo tipo de hierbas medicinales, papa roja, arracache y por estos días de marzo del 2021 acaban de sembrar maíz amarillo y frijol.
“Le pusimos La Cuevita, pero mucha gente nos dice que esta es La Cuevita Salvadora, porque como no hay muchos negocios cerca, nosotros los salvamos con nuestras ventas. Vendemos salsas picantes a base de mora y guayabita del Perú, además, jalea de mora, uchuva, naranjilla y de mezclas como mora con piña y mora con guayaba.
“También vendemos panes duces y salados, totalmente artesanales y de masa madre cien por ciento natural. Empanaditas tipo argentinas, pero con rellenos ticos, entre otras cositas”, explica doña Julia.
Definitivamente, La Cueva sacó al matrimonio del hueco en el que estaba.
“No nos podemos quejar, desde que hicimos La Cueva no nos ha faltado la comida. Uno no tiene ventas como antes de la pandemia todavía, pero al menos hay ventas, a la gente le hace gracia la cueva y se acercan, detienen sus carros y como tenemos Sinpe (8362-3900), se les facilita comprarnos.
“No somos caros, también vendemos jugos naturales de mora, naranjilla, carambola, a quinientos colones el vaso, el café también vale quinientos colones el vaso, las empanaditas a mil, el paquetico de galleticas de avena o de queso también a mil y el queso se lo compramos a don Melquiades Monge, un señor de la zona. La gente al venir nos dice que qué salvada con la cueva… nosotros también”.
Doña Julia trabaja de 9 de la mañana a 5 de la tarde, por si quiere darse una vuelta, conocer La Cuevita y de paso ayudarle a este humilde y pulseador matrimonio.