Luis Castillo Briceño, nativo del residencial Las Margaritas, en San Sebastián, se alzó con el primer lugar en una de las competencias más importantes del planeta en dirección de orquestas y puso en alto a Costa Rica con su carisma, talento y sabor pura vida.
Detrás de la batuta de director que agitó con fuerza y elegancia en la gran final del Concurso Internacional de Directores de Orquesta en Róterdam, Países Bajos, había algo más que estudio y preparación: había gallopinto, galletas Julieta y queso Turrialba en el alma.
Luis, de 28 años, ganó a principios de junio este prestigioso certamen que es considerado el “Mundial de directores de orquesta”. Lo hizo enfrentándose en la gran final con rivales de Australia, China, México, Polonia y Portugal. Solo 6 países lograron un boleto en la final.
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“Fue un orgullo inmenso poner en alto a Costa Rica, mi país amado, y dedicarle este triunfo a mi mamá. Ser tico es diferente, sobre todo en la música”, dice Luis con una sonrisa que atraviesa el océano desde Zúrich, Suiza, donde vive desde hace nueve años.
Música desde la cuna
La música le corre por la sangre. Su papá, don Luis Castillo Campos (quien ya falleció), fue también músico y parte de una línea de cinco generaciones dedicadas a la música.
Aunque al papá en su época le decían que iba a morirse de hambre si se hacía músico, nunca soltó el sueño.
Los papás de don Luis lo querían mecánico por eso lo metieron en un colegio vocacional, sin embargo, quien sufrió con esa decisión fue el profesor de música porque siempre había alguien que le dejaba el piano lleno de grasa. Al final, la música ganó el partido.
Luis heredó ese amor y esa lucha. Desde los 4 años, cuando apenas podía sostener un violín, ya tocaba en la Sinfónica Infantil del Instituto Nacional de la Música.
Dejó el violín y probó con la flauta. Luego encontró el amor verdadero con el piano a los 15 años.
“Con el piano fue amor a primera vista, fue como respirar. Me enamoré de él al instante. Cuando lo toqué por primera vez entendí que ese era mi instrumento”, confiesa.
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Estudió en la Escuela y el Colegio San Francis de Moravia, pero como el tiempo no le alcanzaba por tanto estudio musical, se graduó con el MEP a través de educación a distancia.
De Costa Rica al mundo
Luis inició sus estudios superiores de piano en el Instituto Superior de Artes en San Francisco de Dos Ríos. Luego voló hasta Suiza, donde sacó su bachillerato en piano en la Universidad de las Artes de Zúrich, con ayuda de su mamá, doña Ana Briceño Castro, quien ha sido su roca desde que su padre falleció cuando él tenía apenas 13 años.
En Europa descubrió su verdadera pasión: la dirección de orquestas. A partir de ahí, no paró. Estudió su bachillerato y maestría en dirección en la Universidad de Música de Viena, Austria, y fue asistente en grandes orquestas como la Filarmónica de Londres y, recientemente, la de Los Ángeles.
Este año, tras un riguroso proceso de selección en el concurso de Róterdam, al que aplicaron 170 directores de orquesta de 55 países, el tico, amante del café, fue quien ganó tres de las cinco rondas y se quedó con el título mundial.
Gallopinto y puro corazón
Más allá del talento, Luis lleva algo que lo hace único: su esencia tica.
“Siempre ando frijoles molidos, siempre hago gallopinto, busco natilla y queso Turrialba... y mi mamá vino conmigo hace dos semanas a hacerme gallopinto en el desayuno todos los días de la gran final. Esa fue mi arma secreta”, cuenta entre risas.
Y aunque su vida hoy transcurre entre aviones, partituras y batutas, nunca se olvida de sus raíces. “Cuando llego a una orquesta en Europa me preguntan: ‘¿Costa Rica?’.
“A veces creen que es Puerto Rico. Siempre les explico que es un país hermoso, lleno de alegría. Esa energía pura vida los impacta. Me dicen que soy muy alegre, muy divertido y ahí es donde les enseño un término especial que nos hace únicos, les digo que yo soy muy pura vida”.
Luis es bien piso e’tierra. Aquí tocó flauta en cimarronas, ha ido a pasacalles (con cimarronas ticas) en pueblos de Francia y ha tocado en festivales donde pasaba todo el día metido en la fiesta.
“Eso me dio una facilidad con los ritmos que los europeos no conocen, esa vivacidad la tengo en el cuerpo, es parte de mi estilo como director”, dice con orgullo.
Dirigir aquí
Luis no olvida su tierra ni sus músicos. En 2023 dirigió a la Orquesta Sinfónica de Heredia y espera volver pronto.
“Quiero seguir colaborando, estar cerca, porque, aunque mi carrera está en Europa, siempre llevo la bandera de Costa Rica conmigo”. Y vaya si la ha llevado en alto.
“Este triunfo es una señal para muchos músicos ticos: se puede. Desde este rincón pequeño del mundo, con esfuerzo, con alegría y con mucho gallopinto en el corazón, se pueden alcanzar los grandes escenarios”, asegura.
Luis ya tiene conciertos programados en Luxemburgo y en diciembre hará su debut en China. Su vida, como él dice, es de aeropuerto en aeropuerto, de orquesta en orquesta.
Pero cuando se sienta en un rincón del mundo a desayunar y abre un frasco de natilla tica con maduros, se acuerda de que todo empezó en San Sebastián.