Cuaresma es camino, itinerario y peregrinación espiritual hacia la Pascua, que es la meta de este ejercicio litúrgico, pedagógico y espiritual de 40 días que nos recuerda el camino de Israel por el desierto hacia la tierra prometida durante 40 años y la experiencia de 40 días de Jesús en el desierto preparándose para el anuncio del reino de los cielos.
Cuaresma es tiempo de penitencia y conversión, de renovación y perdón.
Es un ponernos delante de Dios para revisar y renovar nuestra historia personal, comunitaria, eclesial y social. Cuaresma no es un tiempo oscuro ni triste, por el contrario, se trata de un tiempo de esperanza y confianza de vernos renovados por el misterio pascual como centro de nuestra fe.
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La enseñanza de Jesús nos hace ver que la conversión y la reconciliación deben producir en nosotros un cambio interior y efectivo. Se trata de un cambio de mentalidad para cambiar de vida y de conducta; ese cambio debe ser profundo, interior, de raíz.
Esto es lo que planteaba Jesús en el evangelio del Miércoles de Ceniza: no es apariencia, no es superficialidad, no es exhibirse, no es buscar alabanza o aprobación.
Se trata de una renovación de toda la persona: interna y externa, de mente y corazón, de actitudes y conducta.
El camino que se nos traza hacia la Pascua supone renuncia, cruz, mirarse a sí mismo con sinceridad, aceptar que necesitamos cambiar, rectificar y pedir perdón. El cambio y la renovación de nuestro mundo, de nuestra Iglesia y de nuestra comunidad, empiezan por el cambio de nuestros corazones y no al revés.
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Cuaresma y conversión son sinónimo de dejar atrás y renunciar a la maldad para que brille la luz y la fecundidad del amor que es fuente de todo bien. Maldad no, bondad y caridad sí. Este debe ser el fruto y la consecuencia de todo nuestro caminar cuaresmal hacia la Pascua.
Por monseñor José Manuel Garita, obispo de Ciudad Quesada