En Barranca de Naranjo, un pueblito escondido en la parte alta de la zona rural alajuelense, donde se respira olor a zacate fresco y la noche se ilumina con estrellas, nació y creció Samuel Villalobos Vargas, un joven de 21 años que está a punto de vivir una experiencia que lo marcará para siempre.
Desde niño, la vida de Samuel giró alrededor de la tierra y la leche. Su familia tiene un negocio artesanal llamado Quesos Don Beto, y él, desde que tiene uso de razón, sabe lo que es levantarse de madrugada a ordeñar vacas, hacer queso, cuajada y natilla con mucho cariño.
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“En vacaciones siempre me meto a ayudar a la familia. Es parte de mí porque lo hice desde niño”, dice con orgullo.
Sus papás, don Alberto y doña Alicia, le enseñaron desde pequeño el valor del trabajo honrado y del amor por lo que uno hace. Junto a sus dos hermanitas menores, creció entre fincas, lecherías y caminos de tierra.
Alma de científico
Samuel estudió en la escuelita de Barranca y luego en el Liceo Experimental Bilingüe de Naranjo. Tenía que viajar todos los días entre media hora y 45 minutos en bus.
Aunque no fue futbolista de equipo, se le podía ver mejengueando por las calles del pueblo, siempre como mediocampista y tratando de hacer goles, como su amado equipo Saprissa.
Su verdadero talento siempre estuvo en otro lado: el piano. Desde los 11 años lo toca, y en sus dedos también vibra esa conexión profunda con la vida.
A pesar de su entorno tranquilo, su mente siempre fue curiosa. Cuando le tocó mudarse a estudiar a Cartago, para ingresar al TEC, fue como pasar de un mundo a otro.
“El ruido de la ciudad me costó. Aquí en el campo casi no se oye nada, solo las chicharras... allá todo suena, todo se mueve”, recuerda.
Del campo al TEC, y del TEC al mundo
Actualmente, Samuel estudia Ingeniería en Biotecnología y está a punto de hacer algo histórico: es el primer estudiante de su carrera y del TEC que irá a realizar su trabajo final de graduación al Instituto Karolinska, en Suecia, donde se define el Premio Nobel de Medicina.
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Irá de setiembre del 2025 a marzo del 2026, y trabajará en fisiología del tracto gastrointestinal y las glándulas exocrinas, dentro del laboratorio del doctor Gustavo Monasterio Ocares.
“El campo me enseñó a valorar la vida, y estar cerca de todo lo que está vivo despertó mi curiosidad. Por eso me enamoré de la biotecnología, porque es estudiar lo vivo y buscar soluciones a partir de eso”, explica.
Tocó la puerta solito
Samuel, en la búsqueda de un lugar para realizar su trabajo final de graduación encontró el laboratorio al que ahora irá a estudiar.
La oportunidad surgió porque él mismo buscó, se informó y escribió al laboratorio. Adjuntó su currículum, tuvo una entrevista, y unas semanas después, recibió la respuesta que le cambió la vida: estaba aceptado.
Samuel siente que esto no solo es un logro personal, sino también un mensaje de esperanza.
“He estudiado toda mi vida en el sistema público. Soy del campo. Y ver que uno puede llegar lejos, con esfuerzo, solo con ganas, me llena de gran satisfacción”.
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Su tutora, la profesora Silvia Castro Piedra, destaca no solo su excelencia académica, sino su calidad humana.
“Ver a Samuel alcanzar esta oportunidad en uno de los laboratorios más prestigiosos del mundo es un honor. Es un joven brillante que llevará muy en alto el nombre del TEC y de Costa Rica”, aseguró.
El campo en la maleta
Samuel vivirá su primera vez en Europa. Se va con ilusión, con algo de nervios y con una maleta que no solo lleva libros, la bata blanca y ropa.
“El café no me puede faltar. Soy bien cafetero. Y no puedo desayunar sin gallopinto... tendré que aprender a hacerlo allá”, dice entre risas.
Saprissista hasta los huesos (aunque sea alajuelense de nacimiento), Samuel se define como un joven soñador, trabajador, amante del campo y de la ciencia. Tiene claro que quiere seguir estudiando, especializarse, y algún día regresar para devolverle al país lo que este le ha dado.
“A veces uno cree que solo los que nacen en ciudades grandes o con muchos recursos logran estas cosas. Pero no. El campo también forma. Y forma bien”, concluye.
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Desde las montañas de Naranjo hasta los pasillos del instituto donde se define el Nobel de Medicina, Samuel Villalobos está listo para demostrar que los grandes sueños también nacen entre vacas, quesos y chicharras.