“Si alguien me permitiera usar una máquina del tiempo, sabe una cosa, no evitaría el accidente. A partir de ahí descubrí la mujer que soy, lo fuerte que soy, lo que puedo lograr y las barreras que puedo derribar a pesar de no tener mis dos piernas”, asegura Guiselle Ávila León.
Esta vecina de Poás de Alajuela, quien hoy tiene 38 años, sufrió un accidente de tránsito el 12 de marzo del 2002, a eso de las 2:25 de la tarde, en el que perdió sus dos piernas después de estar prensada entre las latas de una microbús durante 50 minutos.
Precisamente, por esos 50 minutos de guerra contra la muerte, fue que conversamos con ella este 2020, cuando ya maneja carro, aprendió a nadar, baila, hace caminatas entre el bosque y tiene 13 años de ser mamá.
Aquel 12 de marzo a Guiselle le tocó trabajar el turno de 6 a.m. a 2 p.m., no podía perder ni un minuto porque tenía que ir a presentar el examen de bachillerato de Biología que había perdido en el cole, tenía 21 años. Por eso salió rápido y se montó en una microbús del brete que los llevaba al centro de Alajuela.
El accidente sucedió 25 minutos después, los periódicos Al Día y La Nación reportaron en sus notas del día siguiente que, supuestamente, un vehículo liviano se brincó el alto y golpeó a gran velocidad la micro que llevaba otras 20 personas y al chofer, eso la desvió hacia la farmacia Alajuela, que estaba 100 al norte de la Cruz Roja alajuelense. Unos postes de cemento puestos en esa esquina evitaron que la microbús se metiera completa a la farmacia.
Al ser una de las últimas que llegó a montarse a la micro, le tocó ir adelante con el chofer y un compa, Fernando, ella del lado de la ventana, justo donde pegó el carro.
“Viví el momento del accidente en cámara lenta, vi donde venía el auto que nos chocó como cuando pasan una película despacito”, explicó.
Según cuenta, los primeros cinco minutos fueron los peores porque tras el golpe lo próximo que recordó fue sentir un ardor tremendo en todo el cuerpo, ver el chofer que se bajó soplado de la micro en estado de shock y a su compa Fernando diciéndole que se bajaran, pero ella no podía moverse porque tenía ambos pies prensados.
“Fernando, quien sufrió fracturas, se bajó y me dejó sola.
“Yo no podía ver nada porque estaba prensada viendo hacia el parabrisas de la micro, pero sí escuchaba muchos quejidos, gritos y gente llorando. No veía por eso, pero creo que mis oídos se pusieron a trabajar al cien por ciento porque escuchaba demasiado.
Mucho ruido
Después de cinco minutos y hasta los diez, Guiss comenzó a escuchar las ambulancias y seguían los gritos de sus compañeros.
“Jamás olvidaré que llegaron varias ambulancias y todas con las sirenas encendidas, era un escándalo de sirenas tremendo y comenzaron a sacar a la gente, yo escuché cómo los cruzrojistas ayudaban a otros y pensé: ‘¿cuándo me sacarán?’
“También recuerdo que como a los diez minutos una muchacha que trabajaba en la farmacia Alajuela llegó con un vaso de agua, pero yo no lo agarré, no sé ni por qué, pero no moví mis manos. Yo no lloraba, no gritaba ni me quejaba, simplemente estaba en silencio y sintiendo el ardor en todo el cuerpo, no dolor, era un ardor extraño”, dijo.
Los papás
También, en esos primeros diez minutos prensada y con las sirenas atontándola de tanto ruido, pensó en sus papás (la mamá, doña Aracely León había fallecido en 1995 y el papá, don Tranquilino Ávila, murió cuatro meses antes, el 18 de noviembre del 2001).
“Me sentí sola, quería protección, quería que ellos me dijeran que todo iba a estar bien, los quería a la par mía, necesitaba la mano de mi mamá sosteniéndome”, recordó.
A los quince minutos del accidente apareció el paramédico de la Cruz Roja Diego Paniagua, ella no lo veía, pero Diego le puso la mano en el hombro y le dijo: ‘aquí estoy ya, la vamos a liberar lo más pronto que podamos’. Guiss recuerda que esas palabras le dieron paz.
“Esas palabras no las sentí de un humano, fue algo extraño, sentí como que un ángel me hablaba. No le respondí nada solamente me puse a llorar. ‘¿Puede moverse?’ Me preguntó y yo solo moví los brazos”.
Guiss tenía la cara bañada en sangre y por eso Diego pensó que tenía una herida en la cabeza, eso lo estresó demasiado. Después confirmaron que no era la sangre de ella sino de Fernando que pegó la cabeza en el parabrisas y se cortó.
Bien vigilada
"Después de 20 minutos Diego me preguntó: ‘¿Puede sacar la pierna?’ No. Esa fue la primera palabra que dije. Entonces el cruzrojista me explicó con detalle que teníamos que esperar a que llegaran los bomberos porque eran los que tenían el equipo hidráulico especial que ocupaban para liberarme. En esa explicación duró algunos minutos”.
Del minuto 25 al minuto 30, Diego se dedicó a acariciarle el brazo a Guiss para tranquilizarla, al tiempo que seguía tratándola con suero y con medicamentos para evitarle el dolor, además, acomodó los aparatos para mantenerle vigilado el pulso y la presión.
A los 30 minutos llegaron los bomberos. Ya se habían llevado a todos los compañeros de trabajo que venían en la buseta, solo quedaba ella y el puño de chepitos que se arrimaron a vinear, incluso comenzó a llegar la prensa.
Al llegar los bomberos Diego le dijo que se iba a ir un momento para coordinar el rescate, pero Guiss no lo dejó, no lo soltó y lo obligó a quedarse con ella.
Se desmayó
Después de 35 minutos comenzó la liberación, el paramédico tenía una gran experiencia usando ese equipo hidráulico por eso él se encargó.
“Diego me dijo que tenía que poner mis manos debajo de mis muslos para alistar la liberación, comenzamos con la pierna derecha.
“Separó las latas de mi pierna derecha y me dijo que jalara, yo jalé y liberé mi pierna, pero cuando me la vi despedazada completamente me desmayé. Diego me puso alcohol y me reanimó, me dijo que yo no podía desmayarme porque tenía que ayudarle, que por la situación en que quedó la buseta no podía entrar otro compañero, así que yo debía ser su ayuda. ‘Ya falta poco, por favor no se desmaye’, fue lo que me dijo”, recordó Guis.
De los 40 a los 50 minutos comenzó la liberación de la pierna izquierda. Diego separó latas y Guiss jaló duro, como esa pierna no estaba tan despedazada no se desmayó. Una vez liberada le pusieron un cuello ortopédico, Diego a como pudo la montó en una camilla.
“No me acuerdo de más, no recuerdo cómo entré a la ambulancia, pero sí recuerdo cuando entré al antiguo Hospital de Alajuela, todo era de locos, todos corrían".
“Me voy a morir”
“Ya en el hospital llegó un tío, me agarró la mano, me dijo: ‘mi chiquita’ y se puso a llorar, fue en ese momento que yo pensé ok, me voy a morir, no hay duda, estoy demasiado mal”.
Guis reconoce que ella sabía que tenía muy mal los pies, pero jamás se imaginó que se los amputarían.
Cinco días después del accidente fue que se dio cuenta que le habían amputado el pie derecho, el izquierdo todavía no porque trataron de salvárselo, pero 10 días después fue imposible y también se lo amputaron.
Tras las amputaciones le siguieron dos meses de curaciones, 4 meses de terapia física y casi seis meses después, de la mano de la fisiatra María Cecilia Arguedas del INS, llegaron las prótesis.
Tres meses después ya estaba caminando con sus prótesis y cargada de dudas porque a sus 22 años sentía que su vida se había acabado sin sus piernas.
Sin barreras
“Lo que jamás me imaginé es que después de las amputaciones nacería otra Guiselle, más fuerte, más decidida.
"Antes del accidente no tenía nada, ahora tengo casa propia, manejo carro, algo que creí nunca haría por el trauma del accidente, pero logré vencerlo. Aprendí a nadar, hago caminatas en el bosque, aprendí a esquiar en nieve y en el 2006, cuatro años después, comencé una nueva historia con el nacimiento de mi hija Sofía.
“Sin mis dos piernas me he dado cuenta que la mayor discapacidad que uno puede tener es mental. Sin mis dos piernas nunca había salido de Costa Rica, ni pasaporte tenía, con prótesis he viajado a Estados Unidos y Europa. No ha existido ninguna montaña que no haya podido subir sin mis piernas, por eso, no cambiaría el accidente por nada, me hizo enfrentarme conmigo y derrotar todos mis miedos”, aseguró muy feliz Guiselle.
“Nunca olvidaré esos 50 minutos”
Diego Paniagua, el paramédico que le salvó la vida a Guiselle, asegura que lo que vivió ese día lo marcó para siempre.
“Fui paramédico durante 20 años, cuando sucedió aquel accidente yo tenía diez de trabajar para la Cruz Roja, ya había vivido varios momentos difíciles por accidentes de tránsito, pero hay algunos que uno nunca olvida, ese es uno. Jamás olvidaré esos 50 minutos junto a Guiselle”, nos contó.
“Cuando llegué el asunto era muy complicado porque Guiselle estaba muy prensada, de hecho, la esquina norte de lo que fue la antigua farmacia Alajuela tenía unos postes de acero, precisamente para evitar que en algún accidente los carros entraran a la farmacia. Varias varillas de acero de esos postes estaban incrustados en las piernas de Guis, eso complicó aún más la situación”, recordó don Diego, quien hoy por hoy es amigo de la sobreviviente.
“Me concentré en hablarle, en dejarle claro que estaba para ayudarle y en que ella hiciera caso a las indicaciones. Fue una lucha contra la muerte porque realmente ella, por muchas circunstancias, pudo haberse desangrado o entrado en paro cardíaco.
"Sin embargo, logramos estabilizarla, le dimos morfina para el dolor y la tranquilizamos”, recordó el paramédico, quien en el 2015 dejó de trabajar para la Cruz Roja.
Explica don Diego que si bien fueron los 50 minutos más largos y estresantes de su vida, también fueron muy exitosos porque se le salvó la vida a la paciente.
“En otros accidentes que hay gente prensada, los pacientes pasan hablando y se ven bien, pero al liberarlos entran en paro y fallecen. Ese fue un caso de éxito”, reconoció.