Si usted visita el Centro Comercial del Sur, en San José, podrá encontrarse un pequeño, pero muy acogedor, local en el cual está la Zapatería Sandino, en la que atiende en persona don José Sandino Norori, nicaragüense que llegó a suelo costarricense hace más de 40 años.
Nació en el barrio La Fuente de Managua, Nicaragua, el 28 de julio de 1966. En la escuela La Salle de Managua sacó el sexto grado y en el Liceo de Costa Rica ganó su bachiller. Llegó a Costa Rica en 1981, hace 43 años, cuando tenía 15.
“Llegué a Costa Rica por exactamente lo mismo que llegan desde el 2018 muchos nicaragüenses, crisis política. En aquel entonces tuvo que ver con el ambiente político que dejó la dictadura de Somoza (el general Anastasio Somoza García fue dictador, así como sus Luis y Anastasio, desde 1937 hasta 1919).
“Llegué a este país solo, tiempo después se vino toda la familia. Como es lógico, el inicio fue muy duro porque uno arranca de cero. Antes jamás había venido a Costa Rica, entonces todo era nuevo para mí.
“En aquel entonces los problemas migratorios eran fuertes, costaba mucho lograr un permiso para trabajar, por eso tenía que hacerlo a escondidas. Antes era mil veces más difícil lograr un permiso migratorio. Ahora a Costa Rica entra cualquiera, trabaja cualquiera en todo lado”, reconoció.
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Lo que sí logró casi de inmediato fue permiso para estudiar y por eso continuó sus estudios colegiales en el Liceo de Costa Rica. Le dieron un permiso temporal de estudio y debía renovarlo cada vez que iniciaba un curso lectivo.
Zapatero artesanal
“Inicié en la zapatería por necesidad. En mi familia no hay zapateros, yo soy el primero y el único. Fue una oportunidad que se me presentó y la aproveché. Fue un costarricense de Guanacaste quien me enseñó este lindo oficio del que no sabía absolutamente nada”, recordó.
Como arrancó de cero, le tocó comenzar en el puesto más bajo del oficio de la zapatería, el de ayudante de zapatero, al que le dicen perico.
“No me costó aprender zapatería. Yo digo que fue por la necesidad. Tenía que aprender sí o sí y bien rápido, así que me concentré en eso, en aprender pronto y lo mejor posible… cuando uno tiene necesidad concentra sus energías en lo que le urge, creo que por eso no me costó.
“Aprendí zapatería al inicio de los años ochenta, fue una época de oro en la zapatería, porque la gente entendía que el zapato hecho a mano, cocido y de puro cuero, era lo mejor que podían ponerles a sus pies. Uno no daba a basto de tanto trabajo”, comentó.
Fue con la llegada del nuevo milenio, explica don José, que el oficio de la zapatería recibió un duro golpe al entrar por miles al país zapatos de vestir baratos y de materiales parecidos al cuero que no duraban tanto, pero la gente los comenzó a preferir por el precio.
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“Los tratados de libre comercio que se fueron firmando permitieron el ingreso de zapatos muy baratos y eso provocó que la gente fuese perdiendo el gusto por la calidad, prefieren comprase un zapato de seis mil colones que dura tres meses: precio bajo, calidad baja.
“Sin embargo, ya para estos tiempos, y de eso ya van como cinco años, la gente está retomando su gusto por el zapato hecho a mano, que dura y no el barato que sale caro. Después de más de veinte años la gente está entendiendo que la calidad es lo mas importante”, dice con orgullo este zapatero que hace zapatos de hombre, mujer y niño.
Sí hay trabajo
Si bien la demanda de zapatos completamente hechos a mano ya no es la misma que hace 30 o 40 años, don José no se queja, su Zapatería Sandino, siempre tiene clientes.
“Puedo decirle que aplico el refrán de que ‘en río revuelto, ganancia de pescadores’, porque como los zapateros somos una especie en peligro de extinción, porque una gran mayoría se han retirado a hacer otra cosa y al haber menos, nos llenamos de trabajo los que quedamos.
“Somos tan pocos que le puedo asegurar que hay ocasiones en que no doy a basto. Soy un gran agradecido de la zapatería. Creo que por el espíritu de sobrevivencia aprendí un oficio y me enamoré de él, por eso siempre le he puesto bastante amor a lo que hago y eso el cliente lo nota. Tengo 40 años viviendo de la zapatería”, confirma.
Don José tiene 11 años en el Centro Comercial del Sur. La zapatería artesanal le rinde para pagar el alquiler, afrontar los gastos del hogar y lograr que sus tres hijos estudien, dos de ellos en la universidad.
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“Hoy día también entran nicaragüenses a Costa Rica que, como yo, no saben ni para dónde agarrar. El consejo que podría darles es que trabajen duro y no pierdan la convicción de dar lo mejor para sobresalir.
“Con amor en lo que hacen y orden en lo económico se puede salir adelante. Por supuesto, lo primero es confiar en Dios. Es Dios que ilumina y da la sabiduría para avanzar en la vida. Sí se puede, hay que trabajar mucho, pero sí se puede lograr una vida plena en Costa Rica”, aseguró.