Daniel José García Guevara tiene 30 años, es de Juigalpa, Nicaragua, y llegó a Costa Rica el 30 de junio del 2019 con lo poco que cabía en su maleta..., y con la esperanza de que esta tierra le ofreciera lo que la suya le negó: paz, trabajo y libertad.
Con una licenciatura en Microbiología, de la UNAM en Managua, bajo el brazo, Daniel se vio forzado a dejar su país por razones que le quiebran la voz.
“Soy antigobierno y me era imposible trabajar. Participé en protestas, perdí mi empleo en una empresa privada por eso, y sabíamos que, como familia, estábamos en la mira”, cuenta con voz de dolor.
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Al llegar a Heredia centro, fue un amigo de allá, de Matagalpa, quien le dio posada mientras él intentaba reconstruir su vida desde cero.
Empezó limpiando en una pizzería, sin saber nada de cocina, luego fue dependiente en un supermercado chino en Santa Bárbara de Heredia, y más tarde trabajó en la famosa soda El Sesteo de Alajuela, donde conoció los pastelillos que le cambiarían el destino.
Un nica y un tico
Fue ahí donde también conoció a Steven Monge Gómez, un cartaginés de 31 años, estudiante del Tecnológico de Costa Rica, con quien tejió una amistad y luego una sociedad que hoy da sabor a Cartago.
El 28 de febrero del 2025, ambos abrieron Pastelillos de la Corte, justo frente a la plazoleta de la basílica de los Ángeles.
El nombre es un homenaje a la soda donde nació la receta y a la cual aún compran sus productos. “La idea fue de los dos, pero Daniel fue el valiente que dejó todo y apostó por esto. Yo seguía en la U, él renunció a su trabajo como inspector de calidad para lanzarse con todo”, cuenta Steven.
La mezcla entre nicas y ticos no solo se da en la sociedad, sino también en la cocina. Ofrecen pastelillos tradicionales de pollo y papa, pero las empanadas tienen alma bicultural: frijol con queso, chicharrón al estilo nica y carne mechada al estilo tico.
Cada pastelillo cuesta 1.400 colones y lo acompañan con horchata, fruta o limonada con yerbabuena. Abren de lunes a sábado de 7 a.m. a 8 p.m., aunque con la romería han extendido horarios y del 1.° al 2 de agosto no cerrarán ni para dormir, trabajarán 48 horas seguidas.
“La Virgencita nos ha ayudado mucho”, dice Daniel, quien sonríe mientras atiende a romeros, algunos de paso, otros que vuelven por más. “Cartago nos ha recibido muy bien. Aquí me he sentido querido”.
Frente a la Negrita
Para evitar enredos, mejor les aclaramos. El nombre “Pastelillos de la Corte” es una linda herencia de la soda El Sesteo de Alajuela, la cual todo el mundo conoce como “Los Pastelillos de la Corte” porque queda a un costado del edificio de los tribunales alajuelenses.
El negocito de este pulseador nicaragüense y de Steven está frente a la plazoleta de la basílica de Nuestra Señora de los Ángeles en Cartago. Los puede llamar para pedidos al teléfono: 6027-9584.
Pero, a pesar de la calidez del pueblo cartaginés, hay dolores que no se apagan con éxito. Daniel extraña la risa de su mamá, los consejos de sus hermanos, los brazos de su abuela, a quien llama “mamita”; extraña tomar cafecito Toro chorreado, algo que hacía desde muy chiquitico.
También el 30 de mayo, que es el Día de la Madre en Nicaragua, y cada Navidad se le encoge el alma al recordar su primera aquí, trabajando hasta las 10 p.m. y caminando solo entre casas llenas de luces y abrazos, pero él, solo.
“Lo más duro ha sido estar solo. Me vine sin nadie, sigo sin nadie. Y eso pesa”, confiesa. “Uno se reinventa, sí, pero no deja de doler”.
Nostalgia que duele
También le hacen falta los sabores de casa; por ejemplo, la fritanga (plátano frito, carne asada, ensalada y chilero o quesillo); el nacatamal con pan o tortilla los fines de semana. “Aquí no es igual, aunque uno intente hacerlo, faltan los amigos, la familia, la historia”.
Mientras el reconocimiento de su título, por parte del Colegio de Médicos de Costa Rica, está empantanado en los enredos burocráticos del gobierno nicaragüense, Daniel se abraza a la cocina como quien abraza un sueño.
“Yo vine a buscar un mejor futuro y lo estoy construyendo pastelillo a pastelillo. La gente nos ha apoyado muchísimo. Nunca me imaginé que el amor por la comida me abriría las puertas que allá me cerraron”.
Y entre pedidos, frituras y sonrisas, Daniel, junto con Steven, demuestra que, de este lado del San Juan, también se puede empezar de nuevo… aunque a veces duela.