El edificio nuevo de la Asamblea Legislativa nos costó a los costarricenses $149 millones. Todos hemos visto cómo es por dentro: lujoso, bien acondicionado, espacioso, cómodo.
Nadie esperaría que en una construcción tan nueva y tan cara ocurran hechos como el que vimos el jueves, cuando un “aguacero” cayó desde el quinto nivel al cuarto, donde había varios diputados trabajando.
Un daño dejó para la historia una imagen muy curiosa: los legisladores Víctor Morales, Dragos Dolanescu y David Gourzong hechos un puño tapándose del chaparrón bajo techo con un mismo paraguas.
Todo podría quedar en una anécdota, algo para vacilar, pero va mucho más allá. Es la segunda vez en siete meses que en el edificio legislativo se pasa un mal rato debido al agua.
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En marzo, un aguacero repentino en pleno verano inundó el área de la entrada. En las dos ocasiones, el Fideicomiso Inmobiliario Asamblea Legislativa/BCR informó que se haría cargo de lo pertinente en casos así.
Y el agua no es el único elemento que ha causado problemas en el Congreso, un sitio donde a menudo a más de uno se le mete el agua, como bien sabemos.
En febrero de este año la crítica se dirigió hacia los ascensores, tan rápidos como una tortuga de diésel con pereza. En aquel momento, algunos diputados dijeron que el país contaba con un edificio de primera con elevadores de tercera y pidieron revisarlos.
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Los medios hemos informado también de pisos rotos y señalización ineficiente. Es decir, son muchos los inconvenientes que ese monstruo de concreto ha presentado desde el comienzo.
Años atrás, cuando la Federación de Fútbol ocupaba una casona vieja en La Sabana, a un lado de la estatua a León Cortés, se le llamaba “la casa de los sustos”. ¿Habrá que ir pensando en pasarle ese apodo a la mole legislativa?
Ya sabemos que en el Congreso ocurren con frecuencia hechos que a todos nos paran el pelo.