Paz, pero una paz que califico enfermiza, en la que no se puede hacer nada es la que muchos disfrutan.
Hago esta reflexión en momentos en que ya pasaron las pruebas de bachillerato en los coles, las que posiblemente no regresen y también se hicieron los primeros simulacros con las pruebas FARO, herencia del exministro de Educación Edgar Mora, quien por llegar a socollonear la pobre educación que reciben nuestros niños y jóvenes, tuvo que dejar el puesto en julio.
Sí, en educación se viven tiempos de tranquilidad, esa que aman los sindicatos para seguir en su privilegiada zona de confort.
Don Edgar quiso meter drones para que los muchachos aprendieran agricultura de precisión, es decir, aplicar en una parcela los recursos justos para hacerla producir, pero no lo dejaron; también se inventaron montones de historias falsas con los benditos baños neutros, cuyo único fin es el respeto y tolerancia a los jóvenes de la comunidad LGTB.
Pero lo que más les chimó el zapato y asustó fue el interés de Mora de establecer un sistema de evaluación en que todos fueran medidos: directores, estudiantes, educadores.
Mora, ese que quiso hacer y no lo dejaron, empezó a sufrir la presión de los sindicalistas y los bloqueos viales.
Y hasta los traileros, quienes ni sabían por qué protestaban, se tiraron a la calle.
Hoy se mantiene todo en paz, como se mantiene la triste y pobre educación pública muy bien conocida por la ministra Giselle Cruz, quien maduró en ese mundo conformista gracias a sus 30 años de trayectoria en el MEP. Otro curso lectivo termina con los males de siempre, y de igual forma iniciará en febrero del 2020.