El papa Francisco nos llama la atención para evitar el desperdicio de alimentos y a trabajar por una mejor distribución.
“En muchas partes del mundo, no obstante el hambre y la desnutrición existentes, se desechan los alimentos... Cuando la comida se comparte de modo justo, nadie carece de lo necesario. Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre...en el pasado, nuestros abuelos eran muy cuidadosos de no tirar nada de los restos de comida”, ha insistido el líder religioso.
Ese jalonazo de orejas es para nosotros. En un país con gran cantidad de personas que comen una vez al día y con 383.500 familias en situación de pobreza, según el INEC, el desperdicio de alimentos en Tiquicia alcanzaría las 365.609 toneladas anuales. Serían 73 kilos por persona al año, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Secretaría Ejecutiva de Planificación Sectorial Agropecuaria del MAG.
Mucha de esa comida se bota en restaurantes, supermercados, hoteles y hogares. Compras familiares sin planificación, mal manejo en la preservación y preparación de los alimentos causan ese alto despedicio.
Y aunque el Banco de Alimentos de Costa Rica, organización privada, recolecta unas 248 toneladas por mes para dar sustento a unas 40.000 familias, y algunas empresas aplican medidas para reducir al máximo las pérdidas y distribuyen los productos a los que les queda una corta “vida comercial”, todavía hay muchísimo por hacer en educación para evitar el desperdicio y para repartir como Dios manda.
Somos pobres y botamos la comida. Y eso sí que es pecado.