Don Ricardo Brenes Aguilar camina por los pasillos del mercado central de Cartago con paso firme y el alma llena de paz.
Cada flor que coloca, cada limpieza a la urna de vidrio, cada misa que organiza, todo lo hace como un acto de amor hacia aquel que lo ha acompañado toda la vida: el Sagrado Corazón de Jesús.
A sus 61 años, este vecino de San Francisco de Agua Caliente de Cartago sigue con devoción una herencia que le dejó su papá, don Gonzalo Brenes Mata, fallecido en el 2002, pero que sigue más vivo que nunca en el legado de su hijo.
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“Mi papá fue uno de los fundadores del mercado. Empezó con su negocito allá por los años 30, cuando esto era como una feria pequeñita en la antigua bodega de la Northern Railway, empresa encargada de construir el ferrocarril a Cartago.
Con el tiempo, le dieron un tramo, y ahí nació lo que hoy es el Tramo Santa Cruz”, cuenta don Ricardo con orgullo.
El corazón de su historia no solo está en las papas, los chiles o el queso que vende, sino en esa figura sagrada que domina el lugar: la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, patrono de los mercados.
“Papá me contaba que la vio en una marmolería frente al cementerio general de San José. Le encantó, y con ayuda de otros compañeros de la asociación de inquilinos del mercado hicieron una recolecta. En junio de 1960 la trajeron y desde entonces está con nosotros”, recuerda.
Desde aquel 1960, cada mes de junio se celebra una misa en su honor, con flores, música y un refrigerio que los mismos inquilinos del Mercado Municipal de Cartago preparan con cariño. “Unos traen pan, otros café, otros tamales... todos colaboran. Es una fiesta de fe y devoción”, cuenta don Ricardo.
Cuando don Gonzalo falleció en 2002, la responsabilidad de mantener bien chineadita la imagen del Sagrado Corazón de Jesús cayó sobre su hijo.
“Yo soy el que la chinea ahora. Limpio la imagen, le pongo flores, organizo la misa... y lo hago con todo el amor del mundo”.
El tramo Santa Cruz no solo es su fuente de ingreso, es el altar de una tradición que se ha mantenido viva durante más de seis décadas.
No se quemó
No recuerda el año, pero sí que un incendio afectó dos de los negocitos del mercado. “Comenzó en un tramo de abarrotes, como a 20 metros al sur de la imagen. Se quemaron dos negocios, pero la imagen no. Solo se quemó el vidrio de la urna que lo protege, pero a la imagen no le pasó nada”, recuerda.
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Hoy la imagen ya no está en el puro centro del mercado como antes, sino en un lugar más accesible por temas de Ley 7.600. Sin embargo, la fe sigue intacta.
“Han sido 23 años chineando al Corazón de Jesús. Y no me bendice solo a mí, bendice a todos aquí. Todos tenemos nuestra clientela siempre, gracias a Dios”, dice con una sonrisa.
De ese mismo negocio salieron los estudios universitarios de sus tres hijos. “Todos tienen carrera universitaria, al igual que los hijos de muchos inquilinos del mercado. Aquí hay mucho esfuerzo y mucho amor”.
Ana Lucrecia Serrano, su esposa, también participa activamente en las misas. Ella es quien alista el altar y se encarga de que todo esté en orden.
“Esto no es solo una imagen. Es nuestra guía, nuestra fuerza. En momentos difíciles, ahí está Él, con su corazón abierto para recibirnos”, dice Ricardo, con la mirada serena.
Gran fe
El amor de don Ricardo por esta imagen trasciende lo material. Es un símbolo vivo de esperanza, de tradición, de fe que se hereda.
“El Corazón de Jesús no me falla. Le debo mucho”, dice mientras acomoda unas flores artificiales que adornan la imagen. “Y si alguien trae naturales, con gusto se las ponemos”.
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La imagen es más que un adorno religioso. Es el alma del mercado, el refugio de quienes trabajan y compran ahí. Un corazón que palpita entre chiles, cebollas y quesos, recordándonos que lo divino puede estar presente en los lugares más sencillos.
Como dice la Palabra en Mateo 11:29: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.”
Y en ese corazón humilde de Jesús, Ricardo ha encontrado descanso, guía y propósito.
“Yo lo que tengo es gratitud. Gratitud con Dios, con mi papá, y con todos los que me ayudan a mantener esta tradición viva. No hay mayor bendición que chinear al Corazón de Jesús”, concluye este hombre sencillo, pero grande en fe.