Karolina Barrantes es prepago sancarleña y no lo niega, porque no le importa el qué dirán.
Ella dice que solo a sus clientes les debe importar cómo está ella, pues nadie (la gente), solo ellos, le ayudan a pagar sus cuentas.
Barrantes conversó con La Teja a corazón abierto, sin tapar ni esconder nada.
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A sus 39 años dice que ya pasó por donde asustan y por eso se siente una mujer empoderada, positiva y luchadora para hablar del tema sin ningún problema.
“Comencé en este ambiente de la prostitución siendo muy joven en una ‘sala de masajes’. Necesitaba dinero y quería muchas cosas que no podía comprar, por eso cuando me hablaron de los masajes no me pareció mala idea. La sala estaba en el Paseo Colón.
“Muchos no me creen, pero poco antes de entrar a la sala de masajes estaba en un convento, porque me iba a hacer monja. En esas supuestas salas de masajes una se acuesta con todo tipo de hombres, la ventaja es que esa era solo para gringos y ellos pagan muy bien y dan muy buena propina. Era como 1998 o 1999″, recordó.
El negocio caminaba superbién pues en menos de un año ya había comprado su primera casa.
Esa primera experiencia le duró solo dos años porque un día la “sala de masajes” fue allanada por el OIJ y la cerraron inmediatamente.
“Rapidito me cambié a otra ‘sala de masajes’, era de una cubana, eso fue como una escuela de sexo. La cubana nos enseñó, y muy bien, a dar buen placer al hombre y así sacarle el mejor provecho. Ya tenía como 19 años.
“Tenía muchísimos clientes, porque en ese lugar solo éramos diez muchachas. Había cuota mínima de sexo, tenía que acostarme por día con al menos diez hombres, de ahí para arriba ganaba mucho más. Mi récord fue de 16 hombres en un mismo día. Terminé muerta, pero con buen dinero”, reveló.
Hubo épocas, comenzando el nuevo milenio, que Karolina era llevada por los clientes más papudos a pasear a otros países como Cuba, México y Colombia.
Siempre la trataron como una reina, pero en una ocasión la retuvieron un mes en la habitación de un hotel mexicano, creyó que la iban a matar, pero, después de suplicarle montones al cliente, finalmente la dejó ir.
“En esa otra ‘sala de masaje’ duré tres años y aprendí mucho, sobre todo a ganar más rápido y mejor el dinero, también entendí bien que desnuda me siento más cómoda, mejor conmigo misma, porque así es como hago disfrutar al cliente y así es como gano dinero”, aseguró.