Un matrimonio siempre es motivo de felicidad y de unión, pero cuando 30 parejas deciden casarse al mismo tiempo y, además, son miembros del pueblo indígena Cabécar el asunto adquiere otras dimensiones.
Resulta que 30 parejas que viven en Valle de La Estrella, en Talamanca, Limón, tenían ganas de dar el sí desde antes de que empezara la pandemia del coronavirus en Costa Rica y así se lo informaron a la Iglesia católica, ya que ellos querían cumplir con el sacramento del matrimonio como Dios manda.
No obstante, el coronavirus los forzó a no sacar el queque de bodas del horno y tuvieron que aguantarse para llegar al altar.
Nos cuenta monseñor Javier Román Arias, obispo de Limón, que la espera terminó el pasado sábado 23 de abril, fecha en la que por fin pudieron realizar ese montón de matrimonios, que se distribuyeron de la siguiente manera, 9 se efectuaron en Alto Cohen y 21 en Bellavista. Las dos ceremonias matrimoniales empezaron a las 9 a. m.
Antes de las 30 bodas, eso sí, los novios tuvieron que cumplir con dos cursos: el prematrimonial y el de primera comunión, porque el mismo día que dijeron sí, acepto, también hicieron la primera comunión, así que les salió dos por uno.
“El agradecimiento es especial para las Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta, porque ellas todos los fines de semana suben al Valle de La Estrella para cumplir con su misión evangelizadora en los pueblos indígenas y lograron que sin ninguna obligación los indígenas pidieran casarse. Ellas llevan siete años de servir a esa comunidad.
“El proceso fue largo, eso sí, pero muy satisfactorio. No nos brincamos las costumbres indígenas, eso lo respetamos mucho. Organizamos todo hasta que ellos lo pidieron. Nos han pedido el bautizo, el matrimonio, la primera comunión y lo que sigue para los esposos es la confirmación, que también quieren hacerla”, explica monseñor.
Los nuevos matrimonios, conscientes del don sacramental, agradecieron la voluntad de la Iglesia católica de caminar junto a ellos.
Le alegra mucho a monseñor que vio, a los ahora esposos, muy felices el día de su boda y que demostraron perfectamente lo que realmente vale en el sacramento del matrimonio: un corazón dispuesto porque no fueron bodas de trajes blancos carísimos o trajes enteros de diseñador, al contrario, los esposos y algunas esposas, llegaron en botas de hule, pidieron permiso en sus trabajos y caminaron entre 45 minutos y una hora para llegar a los lugares en los que se efectuaron las ceremonias religiosas.
“Los mismos esposos, horas antes, se encargaron de armar los galerones donde se casaron. Después de la boda y la pequeña celebración, ellos mismos se quitaron los pantalones largos y se pusieron pantalonetas para desarmar los galerones. Hubo entre 250 y 300 personas en los lugares de las celebraciones”, aseguró el obispo de Limón lleno de orgullo.
Después de las bodas hubo dos tremendas fiestas en las cuales toda la comunidad participó y los más pequeñitos disfrutaron montones con la jamita que repartieron, ya que estuvo de muerte lenta. Hubo arroz cantonés, ensalada, papitas tostadas, fresquitos (que donó Pequeño Mundo).
A cada matrimonio se le entregó un rosario y una estampita de la Divina Misericordia y el Corazón de María.
“Me encanta la devoción de los indígenas, son comunidades que han recibido muy bien la palabra de Dios. Para casarse tuvieron que caminar muchos kilómetros y no les importó con tal de recibir el sacramento.
“Nos faltaron otras parejas, ya lo sabemos y los vamos a casar en su debido tiempo. Dimos ya un muy buen paso y vamos a seguir por ese camino de Dios”, reconoce monseñor Román Arias, satisfecho por la misión evangelizadora.
La familia amiga de www.ecocatolico.org también compartió esta linda historia de amor a Dios y sus sacramentos en una reciente edición.