Perfil Anónimo

¿Será que me lo inventé todo?

Sumergida en la aparente perfección de su vida, nunca imaginó que la trama de su propio corazón se tejería entre amores fugaces.

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Para las redes sociales, mi familia e incluso mis amigos, mi vida parecía perfecta. No puedo quejarme. Tengo un excelente trabajo, estabilidad económica y todas esas comodidades que cualquier persona quisiera tener a mi corta edad.

Hace unos tres años conocí al que ahora es el padre de mi hija. No sé cómo pasó, pero me enamoré locamente; caí en las garras del amor. Sin darme cuenta, comencé a alejarme de mis amigas, de las cosas que me gustaban, de mi rutina de vida, todo para estar con quien en ese momento era el amor de mi vida. En ese entonces, no me quejaba, éramos tal para cual.

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Claro que la luna de miel no duró tanto. Bueno, para ser franca, esperaba que durara un poco más, al menos hasta que llegara a los 30.

Luego vino la pasión, las fiestas y ¡zas!, el dúo se convirtió en trío. Fue un proceso de aceptación complicado. No estaba lista para un embarazo; aún sentía que tenía mucho por vivir.

Entre la llegada de nuestra hija, los cambios físicos y el proceso de adaptación, resulta que no fui suficiente para el galán que tenía junto a mí. Sí, porque nos pasamos a vivir juntos y todo. Una noche me enteré por otra persona que el padre de mi hija estaba coqueteando con una chica de su pasado.

¿Se preguntarán qué hice? Bueno, sí, lo perdoné y volvimos a estar juntos para que mi bebé no se quedara sin papá. Pero les voy a ser franca, hoy creo que me faltó coraje. Para no cansarlas, la historia se repitió y al final el que tuvo el coraje de irse fue él. De la noche a la mañana dijo: “No más, estoy cansado y necesito mi espacio”, y así, como si de una visita se tratara, agarró dos mudadas y se marchó.

Me dejó en la casa, con la responsabilidad de explicarle a nuestra hija por qué su padre simplemente desapareció. Claro, antes de irse, le advertí que si daba un paso hacia esa puerta, no volvería a entrar. Y dicho y hecho. Ya no era la misma ingenua, y aunque me dolió demasiado, no dejé que regresara.

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El proceso fue duro, muchas horas de llanto, tristeza y culpa. Fue tanto que tuve que acudir a sesiones de psicología para tratar de enderezar mi vida. Ya han pasado unos ocho meses desde entonces. Claro, dicen que cuando eso sucede, las mujeres ya llevamos una separación interna que nos ayuda a seguir fuertes.

¿Recuerdan que les había dicho que había dejado a mis amigas? Bueno, mi apoyo en esos momentos fue alguien que ni siquiera esperaba: el compañero de trabajo al que veía como engreído. Resultó que tenía corazón y sentimientos. Me tendió una mano y comenzó a preocuparse por mí. Incluso llegó a tener detalles conmigo, como dejarme chocolates en el escritorio o invitarme al almuerzo.

Comenzamos a escribirnos a diario. Yo sabía que él tenía pareja, pero nunca habíamos cruzado la línea de lo sexual, aunque estaba segura de que no era solo amistad. Me ilusionaba cada vez que me escribía, mostraba interés por mis cosas y yo por las suyas.

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Cuando nos veíamos, era obvio para mí que algo estaba sucediendo. Sentía química, esa energía que uno experimenta cuando hay atracción mutua.

Con el tiempo, nuestras conversaciones se volvieron más íntimas; nos imaginábamos juntos e incluso bromeábamos con robarnos besos y abrazos, aunque nunca en una conversación seria.

Esta fue la dinámica durante meses, casi desde que terminé con mi expareja. Así que decidí tomar cartas en el asunto. Lo invité a tomar un café fuera del horario de trabajo, y él aceptó. Cuando lo tuve enfrente, le dije: “Sabes que me gustas mucho y quisiera que tomemos una decisión, que seamos novios o que me digas cuáles son tus planes con la que dices es tu novia”.

Su respuesta me sorprendió como un balde de agua fría. Serio, vestido elegantemente con traje y corbata, y sosteniendo una taza de café, me dijo: “Jamás creí que yo te gustara, ¡tu declaración me tomó por sorpresa!”. Quedé en estado de shock. El tema murió en ese momento y los dos actuamos como si nada hubiera sucedido.

Ahora, que lo he digerido con más tiempo, me pregunto: ¿Qué fue aquello? ¿Acaso me inventé esa novela? ¿Cómo puede ser que me haya enamorado sola?

¿Qué habrían hecho ustedes en esta situación? Déjenos sus comentarios abajo.

Esto es Perfil Anónimo. ¿Le gustaría compartir su historia de manera confidencial con nuestra comunidad de lector@s? Envíela al correo: shirley.ugalde@nacion.com

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