La alegría que vivieron muchas familias de Chimurria de Upala, en la zona norte del país, se transformó en una tragedia sin precedentes.
Un día, que comenzó con cantos, abrazos y fe, terminó marcado por el dolor, el llanto y la pérdida.
Dos hermanas que sobrevivieron a la fatalidad aún guardan en su memoria cada instante de ese momento que cambió sus vidas para siempre.
Ellas son doña Amada Garay, de 87 años, y doña Alicia Garay, de 92 años, quienes, pese al paso de las décadas, mantienen el recuerdo de aquella tragedia que tiñó de luto a la zona norte.
Era la mañana del viernes 13 de julio de 1956, y en la comunidad avisaron que un sacerdote llegaría al centro de Upala para dar el sacramento de la confirmación.
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Algunos padres de familia que tenían bebés y sus hijos no estaban bautizados, planearon aprovechar la ocasión para que los más pequeños recibieran dicho sacramento.
Fue así como doña Alicia, quien en ese momento estaba embarazada, le dijo a su esposo, Julián Cruz, que quería ir, para llevar a sus hijas Vilma, de 1 año, y Edi Cruz Garay, de 2 años y 10 meses.
Don Julián tenía un bote con motor y aceptó. En la comunidad sabían que don Julián era quien viajaba por el río Zapote hacia San Carlos, Alajuela, la mayoría de veces por trabajo, pero también para comprar el diario. A él le pidieron que los llevara.
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Así fue como doña Amada se unió al viaje, pues ella también estaba embarazada de su primer hijo.
También lo hizo otra hermana de nombre Juana Garay, quien estaba en cuarentena. Ella llevaba a su hija Esilda Garay Romero, de 6 años, y a un bebé Marcial Manuel, de 29 días de nacido, tal como consta en datos del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).
“Eran tiempos cuando la gente siempre salía hacia el centro de la población para ver la visita de los sacerdotes que llegaban, pues no había padres fijos en las comunidades rurales en ese entonces”, recordó doña Alicia.
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Otros vecinos también se incorporaron a la travesía, la cual duraba, aproximadamente, una hora por trayecto.
Días previos a la visita estuvo lloviendo en la zona, pues ya se había asentado la época lluviosa en el país. Los caminos estaban embarrealados y en el río había troncos y escombros que arrastraron las cabezas de agua.
“Recuerdo que el bote era grande, iban dos filas de personas, iba lleno de gente, pero aún tenía la capacidad para llevarnos. Éramos como veinte personas, y mi marido era quien manejaba el bote”, manifestó doña Alicia.
Llegaron a la iglesia y el cura que estaba era Román Arrieta, quien luego se convirtió en arzobispo de San José. El cura realizó los bautizos y al terminar la misa las personas se retiraron.
Era entre las 11 de la mañana y el mediodía, detalla doña Alicia.
“Estábamos todos felices, no sabíamos lo que nos esperaba”, recordó.
La familia Cruz Garay, sus allegados y vecinos, nuevamente, se subieron en el bote y al regreso fue cuando ocurrió la tragedia.
“El bote pegó como en un tronco, y una gente cayó encima de otros, y se volcó.
“Eso fue un desastre, yo andaba con una gran barriga (se refiere al embarazo)”, señaló.
La hija mayor de doña Alicia, Vilma, se ahogó; su otra hija, Edi, sí sobrevivió.
“A Vilma la llevaba en los brazos, pero ella se me soltó y no la pude salvar”, recordó.
Las fatalidades en la familia no terminaban; a Juana, su otra hermana, se le ahogaron su hija y el recién nacido.
“Yo sabía nadar, sentí que un muchachito me agarraba del pescuezo; a como pude me lo quité y agarré al niñito. Me agarré de unas matas grandes y le dije que se subiera, que ahí no le pasaba nada”, explicó.
La sobreviviente recuerda ver los cuerpos de las personas ahogadas, los cuales fueron a dar a una poza.
“Yo me fui río abajo nadando en busca de mis hijas; estuve en un banco de arena y a unos cien metros había una gran poza y ahí veía a los muertos pasar.
“Mi marido llegó hasta donde yo estaba y me dijo: ‘la que se nos ahogó fue la niña’”. Doña Alicia aún tiene grabadas en la mente y el corazón esas palabras dolorosas.
Al quedar volcado el bote, algunas personas quedaron debajo de este y entre el agua y la embarcación quedó un espacio sin agua, pero con oxígeno, lo que les permitió a algunos de los afectados respirar durante unos minutos, hasta que lograron darle vuelta a la lancha.
Doña Amada explica que quienes se salvaron fue porque nadaron y se sujetaron de matas y zacate.
Aunque han pasado décadas, el recuerdo de aquella tragedia no se ha borrado de la memoria de quienes lograron sobrevivir.
“Tenía una vecina llamada Manuela Hernández, quien también estaba embarazada y ella no sabía nadar. Se había subido otra vez en el bote y vio a su hija ahogarse. Le grité que no se aventara al agua, que ella no sabía nadar, pero siempre se tiró y, por querer salvar a su hija, fallecieron ambas”, detalló como reviviendo el horrible momento.
En ese entonces no había celulares, la alerta de la emergencia no trascendió sino hasta horas después y cuando los rescatistas llegaron no había nada que hacer por las víctimas.
“Hasta el padre Román Arrieta anduvo en el río buscando, pero qué va, fue imposible”, manifestó.
La mamá de doña Alicia también iba en la embarcación y se salvó al agarrarse de un racimo de plátanos. Fue así como logró llegar hasta el banco de tierra dentro del río, en el que muchos esperaron por ayuda, rogando para que no lloviera y se los llevara una cabeza de agua.
“Muchos se agarraron del racimo y este se despegó; gracias a Dios, los que se agarraron llegaron a tocar tierra y así se salvaron, porque el racimo agarró río abajo.
“A una vecina, doña Carmen, se le ahogó un hijo. A otro se le ahogó una muchacha. En total, se ahogaron once personas, entre ellos, varios niños”, comentó doña Alicia.
Tragedia fue informada cinco días después
El periódico La Nación informó de esta tragedia hasta el miércoles 18 de julio de 1956. Fue una noticia con un espacio reducido, pues no contaban con mucha información.
“Si no llegaron ni a rescatarnos, qué iban a llegar a darle cobertura noticiosa a esa tragedia”, expresó doña Alicia.
En la nota periodística se reseñó que entre los que murieron estaban: Ersilia y Marcial Garay; Vilma Cruz, Narciso Espinoza, Julio Espinoza, María del Carmen Mejía, Manuel Salvador Salguera, Justo P. Mejía, Benito Antonio Mejía, Manuela Hernández. El último nombre no trascendió.
Todos los fallecidos fueron sepultados en Upala.
Doña Alicia apuntó que luego de la desgracia intentaron arrestar a su esposo, pero después se demostró que se había tratado de un accidente.
“Lo querían echar preso por la muerte de los hijos y de las esposas, cuando ocurrió todo ese desastre, pero él no andaba tomado, todo fue un accidente”, aseveró.
Mamá sacó a sus ocho hijos sola
Julián y doña Alicia tuvieron ocho hijos. Con los años, él abandonó la casa cuando su esposa tenía siete meses de embarazo, y se fue con otra mujer.
“Manejé una cantina criando a los ocho hijos mayores”, recordó la valiente señora.
En total, ella tuvo 16 hijos, recordemos que en esos años, las familias eran muy numerosas.
Pocas personas de Upala, Alajuela, conocían de este suceso; incluso, una hija de doña Alicia, llamada Julia Hernández, confesó que sabía que había tenido una hermana de nombre Vilma; sin embargo, desconocía cómo había fallecido y se enteró hasta que en La Teja contactamos a su mamá.
“Mi mamá, a veces, nos cuenta historias, pero no sabía nada de esta tragedia. Fue cuando una prima llegó a la casa preguntándole a mi mamá si recordaba de este suceso, pero eso fue hace tantos años que no sabíamos nada. Conocía que a mi mamá se le habían muerto cuatro hijos, pero nunca le había preguntado de qué habían fallecido”, dijo Julia Hernández.
Así fue como un día que debía ser de fiesta y celebración, por el bautismo de varios niños, terminó convirtiéndose en un funeral colectivo. Las aguas del río se llevaron vidas inocentes y dejaron una herida que, hasta hoy, sigue abierta en el corazón del pueblo.