Aunque su muerte fue cruel y espeluznante, Pamela Alejandra Royo Solano, de 38 años, dejó en su familia un recuerdo que hoy es su mayor tesoro.
A ella la decapitaron y su cabeza apareció en la entrada de una casa en el barrio Carmen Lyra de Turrialba, Cartago.
Las demás partes del cuerpo aparecieron tres días después, en un cafetal a 900 metros de la vivienda.
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El 3 de junio del 2025 se cumplió un año de este cruel hecho, que conmovió al país, y desde entonces se espera justicia por ella.
Richard Gutiérrez, cuñado de Pame (como la llamaban de cariño), contó a La Teja que el dolor por lo ocurrido sigue latente en la familia, que aún la llora.
Ellos prefieren recordar lo lindo que vivieron con ella y es lo que les da fuerza para seguir.
“Nos quedamos con el amor que le tenía a la familia, cuando ella sentía que había problemas hacia ella, de inmediato, se alejaba con el fin de protegerlos, para no exponerlos; siempre fue protectora y servicial de la familia”, expresó Gutiérrez, como el recuerdo más valioso que ella tuvo hacia ellos.
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Los allegados no ocultan que ella tuviera problemas de adicción y era el único punto débil en su vida, pues en todo lo demás era una linda persona, amorosa con sus hijas, sobrinos y, en especial, con la mamá.
“Ella era muy alegre, dedicada a sus hijas y muy linda con la mamá y hermanas; no era mala persona, siempre trataba de ayudar; incluso, pensaba en las personas que andaban en condición de calle.
“Lastimosamente, tuvo problemas con el vicio y, por más que la familia trataba de orientarla, terminó en esa situación. Nos quedamos con lo lindo de ella, no puedo decir que fuera una persona perfecta, pero siempre quiso lo mejor para su mamá y su padrastro, a quien veía como un papá”, expresó el familiar.
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Pamela no era indigente, ella contaba con su familia; sin embargo, se iba por al menos tres días y luego regresaba. Sin embargo, la última vez no lo hizo y fue cuando sus allegados supieron que algo malo le había ocurrido.
Richard habría sido una de las últimas personas en verla con vida; él la vio de largo y se convirtió en la despedida, hecho que aún le provoca un nudo en la garganta al recordar ese momento.
“En la familia todos vivimos ese momento diferente; a mí me tocó decirle a mi esposa y suegra que se trataba de ella, luego ellas la identificaron por medio de la foto de un celular”, recordó el pariente.
Los allegados cremaron sus restos y las cenizas las sepultaron en un nicho en Turrialba.
Ellos dicen que dejan todo en manos de la justicia y los avances que tengan con la investigación; de momento, no hay detenidos por este violento hecho.
El OIJ había allanado la casa en la que apareció la cabeza, y un equipo de la Unidad Canina rastreó una vivienda; sin embargo, un perro especializado en detección de fluidos biológicos, no ubicó ninguno.
No obstante, decomisaron varios trozos de aparente cocaína, así como unos ¢800 mil en efectivo, por lo que bajo dirección funcional con el Ministerio Público, se abrió una causa por Infracción a la Ley de Psicotrópicos.
En apariencia, a Pamela la abordaron en un carro y la llevaron hasta las cercanías del cafetal y la casa en la que aparecieron sus restos.
Ningún asesinato tiene una justificación razonable, pero la crueldad de este caso seguirá causando dolor e impacto para quienes compartieron con esta joven madre.
El OIJ aún no ha determinado las causas por las que le hicieron este daño a Pamela, quien dejó huérfanas a una adolescente y dos niñas.