Sucesos

Ni el sacerdote pudo salvar a anciana de terrible asesinato

Dos jóvenes en busca de una fortuna apagaron la vida de una adulta mayor

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La ambición de dos jóvenes trajo dolor a toda una comunidad, pero también provocó que una familia jamás olvidara a Juana Segura, de 65 años.

Don Dennis Rojas nos contactó para contarnos esta triste historia que en su casa ha pasado de generación en generación.

Dos hombres se convirtieron en monstruos para los vecinos de San Isidro de El General, en Pérez Zeledón, cuando asesinaron a una viejita de 65 años después de que uno de ellos la enamorara para robarle una fortuna que, supuestamente, guardaba en su casa.

Crimen Juana Segura en Pérez Zeledón
Crimen Juana Segura en Pérez Zeledón, ella descansa en el cementerio local

Doña Juana Segura era una mujer de pueblo, querida y conocida, por su avanzada edad pasaba el tiempo sola en su humilde casa en Pacuare.

Los primeros días del año 1957 dos muchachos vecinos de Guadalupe de Goicoechea llegaron a San Isidro de El General para trabajar en la construcción de la carretera Interamericana, pero antes anduvieron por la zona tratando de averiguar la vida y milagros de todos.

Era mucha la gente de lugares remotos que llegaba a ese pueblo a buscar una oportunidad.

“Decía mi abuelo que todo el mundo quería ganarse un dinerito y la oportunidad de trabajar en la construcción de la carretera atrajo a muchas personas porque era un dinero fijo, incluso muchos peones eran de la zona”, dijo Rojas.

Los jóvenes andaban desesperados por conseguir dinero para pagar las deudas y mejorar las condiciones económicas de sus familiares.

Por esos días alguien les había comentado que la señora Segura tenía una fortuna guardada en su casa, eran los ahorros de toda su vida ¢8 mil colones, que serían más de ¢6 millones ahora.

“Mi abuelo fue vecino de Pérez Zeledón, él le contó la historia a mi papá y luego él me la contó a mí. A alguien se le ocurrió decir que la señora tenía dinero oculto dentro de su casa, que era un dineral y en aquellos tiempos la gente acostumbraba tener la plata en un mueble, en un colchón o hasta escondida en un tarro, mi abuelo era de esos” recordó Dennis.

Crimen Juana Segura en Pérez Zeledón
El primer párroco se negó a casar a la mujer. Foto: Cortesía (Cortesía)

Los dos hombres se impresionaron cuando se enteraron, por lo que buscaron a doña Juana y poco a poco la fueron conquistando con su amistad, hasta le hacían compañía, pues, ella no tenía familiares cerca. Ellos se aprovecharon para ayudarla en lo que fuera con tal de que les agarrara cariño.

Y lo lograron hasta que doña Juana les abrió las puertas de su casa, aquellos jóvenes eran de apellidos Jiménez y Marín, ambos se convirtieron en la sombra de la viejita.

Con mucha audacia, Jiménez aprovechó su juventud y los sentimientos de doña Juana para pedirle que se convirtiera en su esposa, a lo que ella aceptó.

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La familia de Dennis Rojas tiene décadas de tener en su mente a la víctima del terrible crimen. (IA CANVA)

“Ella no quería seguir tan sola porque era querida en el pueblo, pero pasaba muy sola, apenas conversaba con algunas amistades, pero no tenía de quien valerse”, dijo Dennis.

Sacerdote no aceptó

Una mañana la señora y el muchacho se fueron para la iglesia de Pérez Zeledón a pedirle al cura que los uniera en santo matrimonio, pues estaban muy enamorados, el padrecito de aquellas épocas en la diócesis de San Isidro era Manuel Quirós.

Crimen Juana Segura en Pérez Zeledón
Así informaron los medios el crimen. Foto: La Nación 1957

El sacerdote, al ver que doña Juana tenía 65 años y el muchacho 26, les frenó la ilusión y les aseguró que no los casaría porque no eran una pareja a tono.

Como doña Juana era una mujer llena de Dios, el cura desconfió de la extraña relación, así data en el periódico La Nación de 1957. Los dos desalmados desesperados por la falta de “voluntad” del padre, no sabían cómo hacer para quitarle el dinero a doña Juanita, por lo que ella invitó a Jiménez y a su inseparable amigo a que vivieran en la casa de ella dónde eran atendidos como reyes.

“La gente en el pueblo estaba pendiente de lo que ocurría porque no era normal, entonces dice papá que hubo rumores cuando la señora los llevó a vivir a su casa, y como siempre la gente avecinó la tragedia. Decían ‘ojalá qué no le hagan nada, ojalá que esos muchachos no tengan malas mañas’ y cuatro días después Juana estaba muerta.

El 10 de febrero de 1957, durante la noche, entre los dos hombres agarraron violentamente a la mujer y la amarraron de pies y manos con la misma ropa que ella andaba puesta, mientras ella suplicaba ayuda y gritaba, la golpeaban y pateaban sin piedad, después la estrangularon con la blusa.

Jiménez y Marín revolcaron toda la casa, pero después de varios minutos solo lograron encontrar ¢39 colones de los ¢8000 que creían que hallarían, no hubo un solo rincón de la casa que no revolcaran.

“Se volvieron locos y no podían creer que la mujer solo tenía esa suma”, dijo.

Al parecer, el pleito entre ambos hombres después fue por dividirse el dinero, porque uno quería más y el otro quería que se repartieran partes iguales.

Al final ambos sospechosos tomaron caminos distintos, cada uno con la mitad del dinero.

El cuerpo de doña Juana fue encontrado un día después.

Los dos sentenciados descontaron la pena en la Penitenciaria (John Duran)

“Los vecinos observaron que la puerta estaba abierta, nadie contestaba y a las horas decidieron entrar y fue cuando encontraron el cuerpo en uno de los cuartos de la casa”, dijo Rojas.

El asesinato de la viejita conmovió a todo el pueblo que exigía justicia, los vecinos salieron de sus casas a buscarlos porque muchas veces los habían visto y podían identificarlos.

Pocas horas después del crimen, don Manuel Jesús de Ureña, jefe político de San Isidro de El General, informó que Marín había sido detenido en Mollejones de Pérez Zeledón y como no tenía antecedentes prefirió narrar todo lo sucedido, de inmediato los operativos policiales se centraron en tratar de ubicar a Jiménez.

A ese sospechoso lo encontraron nueve días después de que los investigadores empezaran rastreos para dar con él, se dieron cuenta de que había estado en Puerto Cortés y que pensando en que la cacería en su contra estaba más tranquila regresó a su casa en Guadalupe.

La radiopatrulla número 28 de San José, al mando de los sargentos Díaz y Cordero, andaba en todas y apenas supieron que estaba la posibilidad de capturarlo, se fueron con los detectives para la casa donde corroboraron que el sospechoso había jalado porque lo habían alertado de que la Policía andaba cerca.

Los hombres fueron detenidos poco después del cruel asesinato. (Gabriela Téllez)

Los oficiales montaron un cerco policial para tratar de capturarlo, pues, estaban seguros de que andaba cerca, en menos de una hora y escondido entre unos árboles fue detenido Jiménez y llevado hasta la Comandancia.

Según el reporte policial del detective Juan Campos, el sospechoso en el momento del arresto les daba otros nombres para identificarse, pero ellos estaban seguros de que se trataba del asesino, pues, los vecinos de Pérez Zeledón le tenían el ojo puesto.

A los dos sospechosos no les quedó más que delatarse, por lo que ese mismo año los condenaron por el homicidio de doña Juana. La pena no superó los diez años y según data la descontaron en La Peni.

“Ya la mayoría de la gente que vivió ese crimen falleció, pero por lo menos en el caso de nosotros nos contaron la historia y nos pidieron los abuelos siempre rezar por personas que aunque no fueran de la familia fueron víctimas de mucho sufrimiento, en los rezos de mi abuela, ella decía una lista tremenda de difuntos entre ellos doña Juana.

“Yo ya no vivo en Pérez Zeledón, me vine hace ya bastante tiempo para Aserrí, pero las pocas veces que he ido a pasear siempre recuerdo ese caso, mis tías que ya rondan los 80 años todavía piden por la señora y su alma”, dijo Rojas, a quien le hubiera gustado, por lo menos, conocer por fotos a la señora por la que pide su familia.

En la iglesia de Pérez Zeledón ya tan siquiera existen los registros de solicitudes de matrimonio de esas fechas, ni tampoco el acta de defunción de doña Juanita.

La pena dictada a los hombre fue de 10 años. (John Duran)

En la Asociación de Escritores tampoco guardan algo sobre aquel caso que sacudió ese año la zona.

De los ¢8000 colones que guardaba la viejita nunca se supo si era un cuentazo o si después algún allegado los encontró. Los restos de doña Juana descansan en San Isidro de El General.

“Doña Juana es una desconocida que se volvió conocida para nosotros como familia, su dolor nos hizo empáticos con ella, según nuestras creencias y el legado de nuestros abuelos, porque mi abuela coincidía con ella para irse a confesar todas las semanas”, concluyó el entrevistado.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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