Fue tan traumático lo que vivió en el 2008 que el cerebro de don Gerardo Robles decidió borrarle el día exacto; sin embargo, recuerda perfectamente cómo la muerte bailó una piecita con él y después decidió darle otra oportunidad.
Don Gerardo iba en su taxi por El Alto de Guadalupe cuando tres sujetos le hicieron la parada y le pidieron que los llevara a la calle Río Alto, en Coronado,un lugar muy solo. Cuando estaban cerca, uno de los tipos que se sentaron atrás lo agarró del cuello y de un solo jalón pasó a don Gerardo al asiento trasero.
“La verdad no me lo esperé jamás. Los tres muchachos no me dieron mala espina, no fue como que iba nervioso y sucedió lo que esperaba. Nunca me provocaron desconfianza”, nos explica este taxista, con 30 años de rodar por las calles ticas.
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Al principio creyó que era un simple asalto, pero poco a poco fue entendiendo que el asunto podía pasar de castaño a oscuro en cualquier momento. “Me sacaron una pistola y me la pusieron en la cabeza. “Si se mueve, lo matamos”, me dijeron. Fue un momento muy feo porque en verdad les veía en los ojos que si me ponía tonto me iban a disparar”, recordó.
Cuando don Gerardo comprendió que no solo querían la platica que había hecho en el día, sino también su carro (un Hyundai Elantra del 92 que él tenía como un ajito), entonces realmente sintió la muerte. “Es que cuando quieren tu carro es diferente porque no van con la intención de dejar testigos, por eso estaba seguro de que hasta ahí llegaba mi vida”, comentó.
Pistola a la cabeza
Por una urbanización que estaba todavía en construcción, en Dulce Nombre de Coronado, los tres tipos pararon el taxi y le dijeron que se bajara, siempre apuntándole a la cabeza, le dijeron que caminara despacito y que no volviera a ver para atrás porque si no lo mataban.
Cuando comenzó a caminar, don Gerardo inmediatamente pensó en su familia, en su esposa (Leticia Hernández) y sus tres hijas (Xiomara, Laura y Priscila). “Yo me entregué a Dios, estaba seguro de que me iban a matar y me dolía mucho pensar que iba a dejar a mis hijas sin sus estudios terminados, que iba a dejar a la casa sin mi salario. Cada paso fue una tortura porque esperaba en cualquier momento el disparo. Ese día sencillamente la muerte no quiso llevarme”.
De un pronto a otro escuchó como las puertas de su taxi se cerraron, se encendió el motor y el carro se comenzó a alejar, entonces esperó como diez minutos queditico, sin ver para atrás, hasta que se decidió a caminar más rápido e ir a tocar la puerta de una casa para pedir auxilio.
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Él está seguro de que volvió a nacer en el 2008 a pesar de que tiene 63 años. Ahora sí puede vacilar con que solo tiene 9 añitos, porque recuerda cuando renació. El carro jamás apareció, pero Dios le ayudó a conseguir otro para seguir breteando. Incluso le hace a la cantada, algo que afinó después de que lo visitara la muerte.
“Me costó un poco volver a manejar taxi, queda uno traumado, es un golpe muy duro. Poco a poco volví a montarme y a manejar, primero cerquita de casa y después me fui alejando más y más. Es un proceso, yo sabía que debía volver porque los recibos y la comida no perdonan, así que me decidí a dejar todo atrás y echar pa ’lante”, dijo este trabajador de 12 horas diarias.