Pablo Cubillo es ese papá que se sale del molde. Si usted lo viera en la calle, con canas que se comienzan a asomar y de la mano de su hija Isabella, de 10 años, jamás se imaginaría que es un fiebre de los videojuegos.
Pablo, que desde carajillo descubrió su amor por los videojuegos, hoy con 42 años, comparte esa pasión con el que quizás sea su amor más profundo, su hija.
Y es que la historia de Pablo, al igual que la de muchos papás gamers, se inició en la que ahora es la era retro de los videojuegos.
“Lo primero que usé para jugar fue un Atari 2600, me acuerdo estar jugando Pac-Man. Pero fue con mi Nintendo NES y jugando Super Mario Bros. 3, que nació ese amor por los juegos.
“Me acuerdo de que fue por ahí del 88-89, que mi papá me lo compró en Satec. Era un NES japonés, por cierto”, comentó.
Y es que si había algo que en esa época los chiquillos esperaban encontrar bajo el árbol de Navidad era ni más ni menos que un Nintendo y Pablo fue uno de esos afortunados.
“Seguro fue tanta la insistidera de uno carajillo, que terminó comprándolo, cosa que él no veía muy bien en ese tiempo, pero aun así me lo compró”, explicó.
Y si bien ahora es más común comprar consolas, en aquella época solo un puñado de niños tenía una y eso los convertía en celebridades.
“Ahh como locos, los compañerillos no salían de la casa. Yo creo que mi tata después se arrepintió”, contó entre risas.
Pero lo que rápido viene, rápido se va.
“Lo peor fue que como al año, debido a un rayo o algo así, se me quemó y yo decía: ‘Diay sí, ya hasta aquí llegó’ y no, como a los tres meses me compraron otro.
“Solo que ese ya no era Nintendo, yo pensaba que era original, pero no, era una versión paqueteada. Ese seguro era de los primeros PolyStation”, recordó.
Ahora, a diferencia de los gamers de nueva generación, Pablo tuvo el privilegio de vivir una época con la que algunos soñamos: la era de los arcades.
“Eso fue tipo 1994. Un tío muy tuanis que tengo nos llevaba al cine en paseo Colón y a la par, había un lugar que se llamaba Voltron que era chivísima. Era un arcade grandísimo, ahí jugué por primera vez Mortal Kombat y quedé impresionado.
“Tan real veía yo eso. Jugaba Street Fighter, malísimo era para todo eso, pero quedaba como loco de jugar en un arcade. Cuando eso, las máquinas tenían mejores gráficos que las consolas, entonces era otro nivel”, explicó.
Y así como los videojuegos fueron evolucionando y las familias de consolas fueron creciendo, Pablo también lo hizo y en 2014 nació su hija Isabella, con quien compartiría esta pasión que tanto ama.
“La chiquitilla sí es bastante fiebre, a la mamá traté de que jugara y sí lo hace, pero no llega al grado mío. La chiquitilla sí es bastante fiebre y es buena.
“Desde pequeña, tres o cuatro años, se quedaba conmigo viendo y yo le daba el control, entonces se emocionaba toda”, contó.
Pasando el control
Pero así como es natural, llega un momento en la vida de todos los gamers en que debemos admitir que ya no somos tan buenos, y es momento de pasarle el control a una nueva generación.
“Me compré el Street Fighter 6, que de todos los juegos de pelea es en el que siempre me ha ido bien y desde el tiempo de los arcades solo juego con Ryu o con Ken”, comenzó a contar.
“El asunto es que lo compré y resulta que en cuestión de un mes se hizo más buena que yo. Ahora trato de darle y ya hasta pereza me da perder, ya no tiene chiste, ya no puedo ganarle.
“No fue que perdí el toque, es que es buena”, contó entre risas.
Y es que, ¿esa no es la esencia de los videojuegos? Compartir con los más cercanos, reírse y crear recuerdos juntos.
“A veces ella quiere jugar algo por aparte, entonces agarra el Play 5 y yo la compu, estando en el mismo cuarto, y es muy bonito porque compartimos entre los tres ese rato”, rememoró.
Pero no todo es lo que aparenta, si bien Pablo finalmente logró balancear sus responsabilidades como papá con su pasión por los videojuegos, tuvo que aprender a desligarse de su pasado y entender que si bien la fiebre por los juegos sigue ahí, ahora tenía una persona por la cual velar.
“Antes de que ella naciera, yo prácticamente llegaba y jugaba toda la noche, pero de cierta edad en adelante, comenzaba a darle menos. Ahí se hace realidad el meme del chiquitillo sin plata, pero ahora uno puede comprar las cosas, pero no tiene tiempo”, dijo riendo.
“Y vieras que sí es algo así, a pesar de que todavía soy un gran fiebre, para mí 16 horas invertidas en un juego es un montón. Años atrás, ya hubiera invertido más de 60 horas en un juego, ahora es menos tiempo, pero las ganas ahí siguen”.
Y bien que las ganas siguen, porque a los gamers a veces les parece lo más normal pensar que de aquí a 30-40 años van a seguir jugando, el control conectado a la consola y ellos a un soporte vital.
Para cualquiera que no viva esta pasión puede sonar extraño, pero para ellos es la única opción existente.
“No hay duda que mi generación, cuando ya estemos de esas edades, vamos a seguir jugando, pero de formas diferentes. Creo que tal vez no igual, porque si ahora, a veces jugando me da sueño, a esas edades seguro me duermo,
“Pero sí me veo llegar a esas edades y jugar un ratito”, concluyó.