Es sábado y es un día muy bonito, parece que no va a llover. Salimos a hacer unas vueltas por Curridabat y el tiempo se nos fue… Ya casi es medio día y cuando nos asalta la pregunta de siempre ¿qué comemos?
Damián propone comer ramen, es raro que él me proponga un restaurante japonés; luego me explica que solo es ramen que no hay sushi; no lo niego, mis expectativas se desinflaron un poquito, porque amo el sushi, pero nunca había probado ramen, y podría ser interesante.
Pensaba que era sopa de algo, fideos asiáticos y huevo hervido, probar algo nuevo no iba a dañarme. Entramos a Ramen Saki en el centro comercial Pinares Place muy cerca de Momentum.
Esperaba un típico restaurante japonés, con adornos en las paredes; pero me sorprendió un espacio blanco, con un único arbolito de jade en la entrada. Adentro solo una pared tenía un torii (arco sagrado sintoísta). En la recepción, un gatito de la suerte acompañaba a un Kaonashi, “Sin Cara” (un personaje de El viaje de Chihiro).
Cuando nos sentamos, nos trajeron los cubiertos: una cuchara de bambú para el ramen y los clásicos palitos.
Pedimos una orden grande de Harumaki, unos tacos japoneses rellenos de cerdo y vegetales acompañado por una salsa dulce picante. De verdad, se los recomiendo, se ofrecen como aperitivos mientras se espera el plato fuerte, pero es lo suficientemente grande si no se va con mucha hambre. La pasta estuvo espectacular.
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Sin embargo, estábamos allí por el ramen. Nos convenció el Tonkotsu, el plato estrella del lugar: hecho con caldo de cerdo, fideos de la casa, huevos ajitama y muchos vegetales y hongos. El emplatado era precioso. Los vegetales de colores vibrantes a la par de esos huevos de yemas brillantes flotaban sobre una cama de fideos perfectos; se veía como salido de una revista. Lo probé, y no les miento, cada ingrediente sabía diferente. Podía discernir entre sabores de cada elemento de mi plato. Los fideos eran perfectos; pude haber comido solo los fideos y hubiera estado satisfecha. Luego me enteraría del porqué.
Conversamos con Melanie Liang Gao, la dueña del negocio, quien nos contó cómo decidió iniciar este emprendimiento con su novio, cómo cambió los códigos de programación (ella trabajaba en Informática) por recetas y pruebas de recetas ramen, de cómo estudió en Sabores, y luego salió a Singapur y Japón para encontrar ese sabor que estaba buscando; ese sabor que le daría la libertad para crear su negocio.
Mientras nos cuenta la historia me quedo observando al Kaonashi de la entrada, ahora entiendo por qué tiene esa figura en la entrada.
“Si hiciera el caldo de cerdo como se hace en Japón, sería imposible que mis clientes lo coman. Allá se preparara con toda la grasa. En Japón todo es rápido, comen, se levantan y salen corriendo a seguir trabajando; es decir, se toman el ramen muy caliente. Acá en Costa Rica, nos sentamos, conversamos y comemos, y seguimos conversando. ¿Se imagina ese caldo si se enfría? (la grasa se enfría y estaría flotando). Por eso tuve que hacer unos pequeños ajustes a la receta original”.
Le confieso a Melanie que lo que más me gustó del ramen fueron los fideos. Me dice que no soy la única, que hay gente que llega al restaurante solo a comprar fideos japoneses para preparar en la casa. Su secreto: ella los hace diariamente, son muy frescos. Nos cuenta la historia de su viaje a Japón y de cómo se animó a traer la máquina para hacer su pasta. Ahora entiendo por qué me gustaron tanto los taquitos.
Nos explica sobre los elementos característicos del ramen: tare (que es el alma del plato, es el aderezo que se añade al caldo y cuyos objetivos principales son dos: aportar salinidad y potenciar el sabor), el caldo, fideos y toppings.
Melanie sonríe, tiene apenas 28 años y tantas historias que burbujean mientras mueve sus manos. El restaurante es japonés, pero su familia es china. Nos cuenta cómo este plato nació en China, pero se popularizó y se expandió en Japón, que los sabores e ingredientes cambian en cada provincia. Hablamos de la creatividad que cada cocinero le pone a su comida, de que el ramen es de quien lo acoge y transforma de la manera que más le guste… de la libertad que consiguió Melanie a través de este viaje.