Olga Shandyba nunca había vivido en un castillo hasta que la guerra la obligó a huir de Ucrania. Pero ella daría lo que fuera para dejar este refugio de cuento de hadas checo y volver a su humilde casa.
La costurera de 37 años forma parte de un grupo de 22 refugiados ucranianos que se alojan actualmente en el castillo de Becov nad Teplou, en el oeste de República Checa, gracias a una iniciativa del Instituto Nacional de Patrimonio.
“Nunca pensamos en vivir en un castillo”, asegura Shandyba en este edificio donde se encuentra una reliquia de san Mauro, una pieza de arte del siglo XIII.
“Nuestras niñas son como princesas, nosotros somos como princesas. Para ellas, es una aventura. Y, en cierto modo, es una aventura también para nosotros”, reconoce.
Becov recibió una docena de niños refugiados y una decena de mujeres de distintos oficios, desde una florista a una abogada o una pianista.
“Estamos muy agradecidas por la tranquilidad, la calidez, la amabilidad”, continúa diciendo Shandyba, que escapó en un tren de los bombardeos de Ojtirka, en el norte de Ucrania.
Brazos abiertos
La República Checa ha acogido alrededor de 300.000 de los cuatro millones de refugiados ucranianos que huyeron de la guerra.
El Instituto de Patrimonio ha instalado 110 camas en 17 lugares históricos a escala nacional para dar un sitio gratuitamente a refugiados ucranianos. “Hemos registrado hasta ahora 66 refugiados”, declaró su portavoz Klara Veberova.
Un tercio están en Becov nad Teplou, instalados en dos edificios detrás de la entrada del castillo y en un dormitorio habitualmente destinado a los guías.
“Este años solo contrataremos guías locales que tengan alojamiento”, explica el conserje de Becov, Tomas Wizovsky.
Azul y amarillo
Nastya Bidkova, una profesora de canto de Dnipró (este de Ucrania), agradece la oportunidad “absolutamente inesperada” de dormir en un castillo del siglo XIV.
“Nos sentimos muy afortunadas cuando llegamos de noche y vimos un bonito castillo con nuestras banderas en las ventanas. Fue realmente simpático”, recuerda.
De todos los castillos en el proyecto, Becov fue el que lo tuvo más fácil para instalar banderas ucranianas puesto que el azul y el amarillo eran los colores de sus antiguos dueños, la familia Questenberg, dice Wizovsky.
“Las teníamos en el almacén y las recuperamos casi en el instante en que se tomó la decisión para mostrar nuestra solidaridad”, explica.
Con menos de 1.000 habitantes, el pueblo de Becov nad Teplou ha experimentado un fuerte aumento de la población con la llegada de más de 60 refugiados ucranianos en el último mes.
Además de los refugiados que están en el castillo, algunos fueron alojados en hoteles y pensiones, y otros en casas de particulares.
Los niños van ahora a la escuela local. La alcaldía se ocupa de los visados y de los productos de primera necesidad como sábanas y toallas, y les busca empleos, difíciles de encontrar.
Los refugiados también han disfrutado de una visita gratuita del castillo con todos sus tesoros.
Miedos atrás
La invasión rusa todavía pesa en el ambiente, aunque los niños empiezan a disfrutar la situación y dejar atrás sus miedos.
“Durante los dos primeros días, no hablaban. Estaban muy tímidos, muy silenciosos después de todo el sufrimiento y los viajes”, explica Wizovsky. “Ahora, son niños como los otros”.
Pero en sus madres todavía se ve mucha preocupación. Las sonrisas escasean mientras buscan pequeños trabajos para ocuparse.
“Sí, viven en un castillo, pero no es gratificante”, dice Wizovsky.
Nastya Bidkova renunciaría con mucho gusto a esta experiencia en el castillo para volver a Ucrania, “reencontrar nuestras familias y nuestros hombres que lucha por la paz allí”.
Olga Shandyba también quiere regresar a su casa, “si es que todavía está en pie”.